José
Javier Sánchez: “Si no fuese escritor fuese escritor”
Por Diana Moncada*
Quizás
sean sus ojos miopes entrecerrados -cerquitas del objeto mirado-, una
imagen que bien retrata a José Javier Sánchez, un poeta que ha
traducido el palpito citadino en poesía. Su miopía,
paradójicamente, quizás es la mejor testigo de las huellas que la
fiesta popular ha dejado y continúa dejando en Caracas, su ciudad
matriarca, y la palabra, su grito, su llanto y su esperanza.
La
Maga y el aprendiz
La
infancia
de
José
Javier
transcurrió
bajo
las
faldas
de
una
Maga
que
sembró
en
su
pequeño
aprendiz
el
valor
de
la
fe,
y
le
enseñó
entre
tantas
otras
cosas
“a
desenterrar
lombrices
y
misterios
de
la
tierra”1.
Doña
Isola
Linares
de
Sánchez
-su
abuela-
se
ocupó
de
su
crianza
procurando
su
compañía
en
las
misas,
funerales,
en
el
mercado
y
todos
aquellos
eventos
adjetivados
“para
adultos”.
Entre
ellos
hubo
una
relación
de
complicidad
y
amor
fervoroso
que
configuraría
la
personalidad
del
futuro
poeta.
Cuando
la
Maga
murió:
Cuando ella
murió, supe también que ella era el hogar;
el
techo, el piso, las paredes,
las ventanas y
hasta las mismas cuerdas
donde colgaba mi
espíritu cuando era derrotado.
Y con su brisa me
secaba los dolores.
Y me reanimaba
con la gran oración de sus abrazos.
La
relación
con
su
abuela,
lo
llevó
a
defender
la
convivencia
de
lo
que
él
percibe
como
ideas
contradictorias:
a
pesar
de
ser
un
tipo
de
izquierda
es
un
hombre
muy
religioso.
Confiesa
que
sus
amigos
se
burlan
de
él
diciendo:
“¡tú
eres
marxista
y
te
la
pasas
rezándole
al
niño
Jesús!”.
Sin
embargo
él
replica:
“Yo
no
creo
en
la
existencia
de
un
Dios
como
un
hombre
con
chiva
que
nos
va
a
salvar.
La
esencia
de
Dios
es
la
esencia
de
la
naturaleza.
Creo
en
la
gente,
en
el
poder
de
cambio,
en
las
acciones,
pero
por
esa
relación
con
mi
abuela
soy
rezandero,
echo
agua,
le
rezo
a
mis
amigos
cuando
se
mueren.
Es
una
contradicción
que
no
es
el
fin
del
mundo”.
Un
barrio
de
Los
Mecedores
ha
sido
el
escenario
del
parrandero,
teatrero,
casi
monaguillo
y
escritor.
A
los
9
años,
una
edad
que
él
recuerda
como
decisiva,
comenzó
hacer
teatro
en
el
Centro
Cultural
de
su
zona,
con
estudiantes
y
militantes
izquierdistas.
En
ese
entonces
sus
pequeños
pasos
iban
y
venían
de
la
escuela,
al
teatro
y
de
ahí
a
la
biblioteca.
Con
tan
solo
12
años
fue
miembro
fundador
de
dos
agrupaciones
teatrales
y
fue
seducido
por
Aquiles
Nazoa,
César
Rengifo,
Máximo
Gorki
y
otros,
acercándose
por
vez
primera
a
ideas
revolucionarias,
mientras,
paradójicamente,
su
abuela
lo
había
inscrito
en
“La
Legión
de
María”,
una
organización
de
la
Iglesia
Católica,
de
cuyo
seno
escaparía
para
formar
parte
de
los
Boys
Scouts.
Aquella época fue
fértil en el cultivo de las ideas, fue fundamental también su
participación en la Federación Revolucionaria de Educación Media,
donde participó en diversas actividades contra la represión
política de los años ochenta.
La
acción cultural
El
poeta
perteneció
a
un
grupo
de
payasos
llamados
Los
Torritos,
que
brindaba
apoyo
a
las
escuelas
de
la
Pastora
y
San
José
y
visitaba
orfanatos
y
sectores
populares:“era
un
trabajo
social
y
político.
Nadie
nos
pagaba
ni
medio.
Conseguimos
recursos
haciendo
shows
en
el
Boulevard
de
Sabana
Grande
para
comprar
maquillaje
para
pintar
a
los
chamos
y
materiales
para
hacer
las
fiestas
en
los
barrios”.
El
colectivo
se
articularía
a
la
gran
red
de
comunidades
que
lucharon
a
finales
de
los
años
ochenta,
contra
el
proyecto
de
la
cota
mil
que
amenazaba
con
desalojar
a
miles
de
familias
de
los
sectores
y
barrios
adyacentes
para
su
expansión
desde
San
José
hasta
La
Guaira.
“Fue
un
trabajo
popular
intenso,
que
nos
permitió
enlazar
el
trabajo
cultural
con
los
problemas
sociales
que
aquejaban
a
nuestra
comunidad
para
ese
momento”.
Aquello
representó
un
importante
logro
que
lo
convenció
del
poder
de
la
acción
colectiva,
además
le
permitió
madurar
en
él
la
relación
entre
el
arte
y
la
política,
presente
en
su
escritura.
“No
necesariamente
escribir
con
conciencia
política
es
hacer
panfleto”,
explica,
“pero
no
podemos
negar
la
realidad
y
desvincularnos
de
lo
que
pasa
alrededor.
La
palabra
tiene
un
compromiso
más
allá
de
la
belleza
y
la
poesía
puede
servir
para
gritar
ante
la
injusticia
social”.
La
poesía llegó con la parranda
“Si
no
fuese
escritor
fuese
escritor,
si
no
fuese
poeta
fuese
poeta”
sentencia.
La
poesía,
según
sus
palabras,
está
sucediendo
constantemente
y
ante
ella
se
debe
“conservar
la
capacidad
de
sorpresa
ante
lo
cotidiano
y
lo
mágico”,
expresa,
“cuando
tus
entrañas
se
mueven
ante
un
hecho
y
tratas
de
buscar
la
mejor
palabra
para
manifestar
lo
que
generó
ese
hecho
en
ti,
es
muy
difícil
separarse
ya
del
proceso
escritural”.
El
oficio
de
escritor
para
José
Javier
requiere
especialmente
de
voluntad:
escribir
y
leer
todos
los
días,
en
estado
de
atención
“Hay
que
alimentarse
de
lo
que
sucede
alrededor,
de
la
historia
de
lo
que
estás
escribiendo.
La
humildad
de
recibir
lo
que
la
realidad
pone
en
tus
manos,
en
tus
pies,
en
tus
ojos,
te
posibilita
ver
las
cosas
que
la
arrogancia
no
deja
ver”.
Si
hay
un
origen
de
su
encuentro
con
la
poesía,
este
se
remonta
a
su
contacto
con
la
música
popular.
Su
pertenencia
a
una
agrupación
musical
que
desde
hace
20
años
realiza
el
culto
a
la
Cruz
de
Mayo
en
La
Pastora,
entretejió
su
relación
con
la
palabra,
“en
la
composición
musical
de
la
Cruz
de
Mayo,
teníamos
que
estar
versando
todo
el
tiempo.
Se
establece
una
relación
con
el
verbo
y
con
la
rima,
se
repiten
los
versos
y
luego
comienzas
a
crear
tus
propios
versos
que
rezan
sobre
la
relación
de
lo
religioso
con
la
cotidianidad.
Pero
llegó
un
momento
en
que
me
fastidié
de
que
todo
rimara
y
comencé
a
fracturar
los
versos
y
con
ello
a
encontrar
otros
contactos
con
lo
poético”,
y
así
fue
como
las
palabras
comenzaron
a
danzar
en
su
pecho.
A
José
Javier
le
interesa
lo
cotidiano,
lo
urbano
y
sus
ruralidades.
En
su
poesía
se
vive
la
ciudad
cuerpo
a
cuerpo
con
sus
tragedias
y
sus
magias,
con
sus
miserias
y
sus
grandezas.
El
imaginario
religioso
está
presente
junto
a
lo
profano,
junto
a
la
lucha
de
clases,
la
pobreza,
el
dolor
y
la
esperanza,
porque
José
Javier
es
un
tipo
muy
esperanzado.
Estos
son
los
temas
que,
a
pesar
de
la
autonomía
y
particularidad
de
cada
libro,
se
repiten
en
sus
poemarios
Fragmentos
para
una
memoria,
Hasta
que
el
recuerdo
lo
permita
y
Código
postal
1010.
José
Javier
es
un
poeta
de
la
cuidad,
quizás
un
cronista
enamorado.
En
su
Oración
a
la
ciudad,
la
ciudad
es
una
madre,
una
matriarca.
Ciudad
Caracas mi ciudad
de edificios
intoxicados y borrachos vagando por autopistas
de recitales en
medio de balas
de velorios de
cruz
de libros
lloviendo en bulevares
de plazas ebrias
de bellas
desandando universidades hospitales iglesias
de vírgenes en
burdeles en ranchos en tiendas de ropa y en quebradas
de mujeres hermosas
La
palabra como desembocadura
Los
proyectos
de
José
Javier
parecen
siempre
desembocar
en
una
relación
amorosa
con
la
palabra.
Desde
2004
coordinó
el
proyecto
de
promoción
de
lectura
Leer
es
entender,
cuya
estrategia
pedagógica
fue
desarrollada
por
Juan
Antonio
Calzadilla
Arreaza,
con
el
propósito
de
establecer
círculos
de
lectura
en
las
comunidades,
“el
proyecto
partió
de
un
proceso
-mágico
para
mí-
de
aproximación
a
la
lectura
y
la
escritura
a
través
de
la
lectura
sensible,
la
lectura
crítica
y
la
lectura
escritora
A
su
vez
estuvo
basado
en
la
experiencia
practicada
por
los
surrealistas
de
desautomatizar
el
lenguaje,
de
convertirlo
en
un
ejercicio
de
libertad.
Con
ese
sueño
nos
fuimos
a
fundar
círculos
de
lectura
por
todo
el
país
y
en
todas
partes,
escuelas,
fabricas,
comunidades,
penitenciarías,
hospitales,
etc”,
una
experiencia
que
el
poeta
califica
de
renovadora
y
que
sin
embargo
“concluyó
por
la
falta
de
seguimiento
institucional
y
por
debilidad
en
las
articulaciones
interinstitucionales
de
los
entes
de
ese
tiempo”.
La
experiencia
de
José
Javier
como
promotor
de
lectura
es
vasta
y
rica,
tuvo
la
fortuna
y
la
responsabilidad
de
desempañar
esas
funciones
en
varias
instituciones
y
proyectos
en
los
que
fue
acumulando
un
conocimiento
amplio
del
panorama
de
la
literatura
infantil
en
Venezuela,
llegando
así,
como
un
río
a
su
cauce,
a
publicar
en
el
2013
con
la
editorial
Estrella
Roja,
la
Antología
de
literatura
infantil
venezolana:
“Esta
antología
es
una
aproximación
a
mis
experiencias
como
lector
y
como
promotor.
Por
razones
de
extensión
no
pude
incluir
todo
lo
que
seleccioné,
pero
como
primer
intento
creo
que
resultó
formidable
para
los
lectores
y
los
escritores
venezolanos”
La
antología
fue
el
resultado
también
de
una
red
inmensa
que
comenzó
a
tejer
desde
la
infancia
en
la
biblioteca
de
su
barrio
a
la
que
asistió
innumerables
veces
a
satisfacer
su
voracidad
lectora.
Aunado
a
ello,
el
estímulo
de
su
tío
Alí
Sánchez,
librero
de
la
recordada
Librería
El
Gusano
de
Luz,
quien
le
traía
mágicos
libros
y
juegos,
sembró
en
el
pequeño
el
gusto
por
la
literatura
y
en
ese
recorrido,
fundó
junto
algunos
amigos
la
Biblioteca
Popular
José
María
Characo,
dotada
por
una
rica
lista
de
libros
de
literatura
infantil
y
juvenil
gracias
a
la
ayuda
de
su
amiga
Solanger
Ortiz,
con
quién
trabajó
más
tarde
en
el
Banco
del
libro.
La
palabra
sigue
siendo
su
arma,
su
fe,
la
esperanza
que
lo
conduce
a
continuar
recorriendo
los
caminos
en
los
que
la
literatura
y
la
vida
se
funden
contra
las
vicisitudes,
las
decepciones
y
la
arrogancia.
En
esa
cabeza
soñadora
siguen
tejiéndose
grandes
y
pequeños
proyectos
que
llevan
la
lectura
y
la
escritura
como
bandera
y
como
oficio
de
liberación
y
amor.
1Fragmento
del poema Una abuela es una
casa de José Javier Sánchez
*Diana Moncada. Poeta, Periodista, Fotógrafa, Actriz, Licenciada en Comunicación Social por la UCSAR. Ganadora del Concurso para Obras de Autores Inéditos de Monte Avila Editores en 2013, con su libro Cuerpo Crepuscular.
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