martes, 23 de noviembre de 2010

FRAGMENTOS PARA UNA MEMORIA: Versos como Solos de Timbal


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FRAGMENTOS PARA UNA MEMORIA: Versos como Solos de Timbal


Por: FERNANDO VARGAS VALENCIA
Diario Momento, Páginas Culturales, 18 de Diciembre de 2008

A la Caracas que soñé y confirmé: a la gente bonita de El Maní.
A las nenas de los barrios de Caracas y Bogotá.
A la Primera de Mayo, avenida de Bogotá llena de sabrosura.
A los bongoes que dejé huérfanos en Caracas.

Las ausencias son promesas. Se cierra el año y qué mejor que soñar con la posibilidad de que los ritmos sean un discurso, que los solos de tambor o de piano contengan replanteamientos de lo dicho, de lo por decir. Algún día, las mujeres y los hombres seremos capaces de usar como argumentos, de citar como si se tratara de una fuente al pie de página o al margen, un solo de saxofón de Charlie Parker, un suspiro angustiado de Chavela Vargas, un solo de timbal de Orestes Vilato o la ceremonia recalcitrante del piano de Eddie Palmieri.

Intentaré en estas palabras defenderme de la poesía de José Javier Sánchez, poeta venezolano (Caracas, 1970) quien en la reciente Feria Internacional del Libro de Venezuela lanzó su libro
Fragmentos para una Memoria, editado en la Colección Contemporáneos de la Fundación Editorial “El Perro y la Rana”. ¿Por qué defenderme de unos versos, de una imagen que retorna a la palabra para nutrir sus contornos? Porque a veces, lo que nos contiene, lo que llega a nosotros como una alegría, como una esperanza y como una reivindicación de lo que soñamos, en algún momento habrá de punzarnos, de ejercer cierta violencia libertaria en nosotros. Habrá que hacerles frente con la radicalidad de la esperanza a esas hordas sensuales que vienen hacía nosotros para colmarnos de esperanza.

No me defenderé con conceptos ni palabras, sino con un intento (torpe por lo demás) por hacer de los signos músicas entrecortadas y de la música, una conciencia posible. Para ello, José Javier Sánchez me dice:
“dicen que Pabloco y Sanoja llegarán un poco tarde
pero para la rumba y la vida siempre será temprano
también para otra pieza
para cambiar el disco
variar las melodías
ligaremos los tragos
todos haremos coro
a Héctor y a Maelo
llenaremos la sala de las hermanas Compota
para iniciar la fiesta
de nuevo se los juro
bailaré hasta el cansancio.
Es sábado en el barrio.
El barrio está de fiesta”.

En esta imagen está el barrio, la ciudad latina cuyo movimiento está colmado de saturaciones y sabores entremezclados, el instante cotidiano de la gente sencilla, de las mujeres y hombres que sueñan con la esperanza desde la ventana de una casa o de una pensión, que aspiran al sábado para bailar, para escuchar la música que es el alma del pueblo, para
parrandear porque es allí donde se confirma al otro, donde el encuentro no es sólo una cita, sino la sensualidad de un rito libre, donde bailar, beber y sonreír son gestos de una espontaneidad que viene desde la raíz misma de nuestra cultura, sostenida por la imagen en la que el mundo abre nuestros ojos con la rumba.

José Javier Sánchez reconoce en el poeta, no un testigo o un individuo especialmente concretado en la palabra ingenua que supone un ritual acabado o una ceremonia estética, sino el rumbero, ese que tuvo que haber reído y haber llorado, el que tiene que sentir por dentro emociones dulces, aquel que nació con clave. En otras palabras: aquel con el corazón capaz de registrar las emociones y sueños de la gente con la que vive, con la que construye el futuro a cada paso.

Nuestra América tiene en la música su mayor espontaneidad y un sello que trasciende en la historia, hablo de una música mestiza llamada a convertirse también en mensaje libertario, en una señal de lo que vendrá, de la hora de Nuestra América que es a-hora, es decir, negación de la linealidad del tiempo de Occidente y llamada a concretarse aquí, de inmediato. La poesía de José Javier Sánchez esconde el ritmo de una percusión que lo hace hermano de la poética de Héctor Lavoe que llora su genialidad mientras bebe el último ron que puede soportar, de la voz diáfana de Ismael Rivera que anticipa el presagio de nuestra espontaneidad en el juego del soneo. Quisiera pues que vinieran a mí los golpes de las manos duras de Ray Barretto, el guajeo del vibráfono de Alfredo Naranjo, la sabrosura de Willie Rosario, el “
me gustan los timbales pa´gozar bembé” de Joey Pastrana, lo fulminante de todas las orquestas que rompen las grietas de una Caracas corroída y que erigen una nueva ciudad colmada de esperanza, con un tizón encendido a través del son y del rap, del guaguancó que se desliza estratégicamente por los dioses africanos, los disfraza de santos cristianos y nos devela el ritmo de nuestra sangre que se niega a toda forma de rutina:“Toda rutina que cumpla la mayoría de edad (entiéndase tres meses)
debe ser condenada a la hoguera de la creatividad.
No permitas que te invada.
Apaga el televisor.
Cambia la cinta.
Regala los cds.
Sal de tu casa por calles distintas.
No entres por la misma puerta a tu trabajo.
Reza con los católicos, discute con los evangélicos y conspira con los marxistas.
Escribe poesía.
Pero no te masturbes al hacerlo”.

Latinoamérica es la negación de la rutina narcisista de la sociedad de consumo. A la hipocresía del confort, que impone la radical lejanía, la soledad masturbatoria, el chat sin la mirada ni la voz del otro, nuestra cultura enfrenta la alegría del carnaval, el escuchar a los muertos, el baile como contacto sin palabras, la espontaneidad de una visión del mundo que es negra, mestiza e indígena. Ante la nulidad del
minimal-self, nuestra música es un grito para el encuentro, para la cofradía, para el ejercicio del diálogo, entendido como ruptura con las horas, como amor por los otros. El más diáfano gesto del amor: charlar y bailar. José Javier Sánchez es pues una tempestad de recuerdos, la memoria enmienda sus fragmentos y olvida libertariamente para erigir el futuro como la posibilidad-promesa de transformarse. La memoria es espermática: memorizamos desde la raíz de nuestra cultura y aprendemos-desaprendemos imposiciones y silencios, para romper cadenas, para cantar y bailar, porque como escribió el grande Vinicius de Moraes, cantar es la misión del poeta y bailar es el destino de la pureza:“Esas calles me piden que de nuevo las camine con los viejos
amigos cantando boleros y llevando serenatas a las suegras
para poder hacerles el amor a nuestras novias en medio de la noche.
Ellas no quieren que las sepulte en el fondo de esta frágil memoria
debo buscarlas
debo salir de esta habitación que me hace trampas”.
Es por ello que erijo estas palabras torpes en defensa. Porque preferiría hablarles a través de un bongó o una conga. Decirles que el amor es otra cosa, que sólo la voz de Celia, de La Lupe o de Martirio pueden decirnos qué es eso que llamamos amor, con mayúscula y espantados. Que Ray Pérez dice que los valientes mueren de pie, que la Charanga Moderna de Ray Barretto me enseñó a defender la condición de errante y bohemio, única coherente con las esquinas de los barrios de Nuestra América. Que hay poesía en los boleros más sentidos que unen en un solo canto a México, Cuba, Puerto Rico y toda Suaramérica; que Caracas es más que el “Pensando en Ti” de Cheche Mendoza que siempre oímos en Colombia en todas las fiestas; que en “Revolt-La Libertad, Lógico” de Palmieri hay un grito libertario; que el Sexteto Juventud habló por primera vez de un paraíso a orillas del mar, llamado La Guaira. Que sin las ciudades de Colombia, soñadas y amadas por el maestro Billo Frómeta (hablo de un poeta dominicano-venezolano-colombiano, ciudadano latinoamericano), no habría ni Cachimba de San Juan, ni Cumbia Caletera, ni rumbas de fin de año en Venezuela.

No podría decir otra cosa sino pensar que en José Javier Sánchez hallo correspondencias con esa pretensión de unir la música y la crónica de arrabal, la poesía y el sentir de la gente que sostiene toda poética, la gente del suburbio, el “malandro” y el obrero, las nenas divinas y libertarias de todos los barrios de México, de Santiago, de La Habana, de San Juan, de Lima, mujeres cuya mirada es promesa y cuyas caderas (siempre danzantes y sensuales) son el fragmento de una metáfora imborrable en nuestras memorias:
“Esperaré a que usted llegue y se desnude
para endulzar mi aliento con sus besos,
calmar mi sed en el mar de sus entrañas,
encontrar la paz en el regazo de su orgasmo.
Luego la adoraré; la haré santa; Diosa Africana.
Será usted mía y le daré la libertad de partir cuando le plazca.”
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Libro: Fragmentos para una Memoria.Autor: José Javier Sánchez.Editorial: El Perro y La Rana.Género: Poesía.Año: 2008.

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