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Venezuela
durante la primera mitad del Siglo XX estuvo marcada por un Regimen
dictatorial abominable, bajo la tiranía de “El Benemérito” Juan
Vicente Gómez.
El único
buen gesto de este dictador, fue morir el 15 de diciembre de 1936,
aunque en la historia oficial esté escrito, como último capricho
que le fuese cumplido por sus médicos y gente mas cercana, que su
deceso ocurrió al igual que El Libertador el día 17,
Su regimen
abominable sometió a la nación a un retraso irrecuperable. Su
mandato fue el responsable de iniciar la explotación petrolera, la
cual se desarrolló con una entrega ciega a las transnacionales. La
represión a todo movimiento que le hiciera oposición, lo
contrariara, o exigiera libertad de expresión fue una constate. todo ciudadano que ejerciera la protesta recibía como
respuesta inmediata: torturas, carcel y desaparición forzoza. La
carcel "La Rotunda " en Caracas y "El Castillo de Puerto
Cabello" en Carabobo, fueron centros de tortura y asesinato sistemático.
El cierre de
la Universidad Central de Venezuela, fue otra acción que representó
un retraso en el desarrollo intelectual de la nación en esos
tiempos.
Los
escritores e intelectuales, que historicamente han jugado un papel
importante en los procesos revolucionarios renovadores, se hicieron
escuchar. La Generación del 28, denunció las aberraciones del
dictador y se hizo voz que trajo como consecuencia el reconocimiento
internacional de sus miembros, pero que condenó al exilio y la
carcel a todos sus integrantes.
En medio de
ese escenario represivo, silenciador y sangriento, voces de una
calidad excelsa se manifestaron publicamente y como consecuencia
sufrieron de forma directa o indirecta las aberraciones de la
Tirania.
En este
espacio queremos homenajerar a tres escritores, de la primera mitad
del siglo XX, fundamentales para la poesia venezolana: Jose Antonio
Ramos Sucre, Cruz Salmerón Acosta y Pio Tamayo, que representan un
enigma, un misterio de la poesía venezolana y aunque han
pretendido invisibilizarlos, el legado
a la historia de la poesía venezolana, es significativo, en cuanto a formas, contenidos y referentes.
Por otra
parte estos poetas tienen características comunes que permiten
presentarlos como un conjunto de voces de ese tiempo:
Nacieron en tiempos cercanos 1890, 1892, 1898 y fallecieron en épocas cercanas 1930, 1929 y 1935, ninguno de los tres superó los 40 años.
Sufrieron muertes trágicas:
suicidio, enfermedad penosa y enfermedad como consecuencia de la
tortura y el presidio y
Todos sufrieron la presión y la represión del régimen del General
Gómez: exilio, auto-encierro y cárcel.
Cada una de sus voces representan el
espíritu de esa época.
Otra característica que los hace cercanos es:
Fueron silenciados por
los preciosistas, los sabios, los intelectuales de generaciones
posteriores, que fijaron su mirada estética en Europa desconociendo,
el aporte de estas joyas de la palabra venezolana.
En estos
tiempos quizá sea Ramos Sucre quien goza de mayor difusión entre los lectores. Es
compromiso de nosotros los lectores y promotores de lectura, dar a
probar algo, de la riqueza que conforma la obra, de estos tres
señores de la poesía venezolana
José
Antonio Ramos Sucre
1890
- 1930
PRELUDIO
Yo
quisiera estar entre vacías tinieblas, porque el mundo lastima
cruelmente mis sentidos y la vida me aflige, impertinente amada que
me cuenta amarguras
Entonces
me habrán abandonado los recuerdos: ahora huyen y vuelven con el
ritmo de infatigables olas y son lobos aullantes en la noche que
cubre el desierto de nieve.
El
movimiento, signo molesto de la realidad, respeta mi fantástico
asilo; mas yo lo habré escalado del brazo con la muerte. Ella es una
blanca Beatriz, y, de pies sobre el creciente de la luna, visitará
la mar de mis dolores. Bajo su hechizo reposaré eternamente y no
lamentaré más la ofendida belleza ni el imposible amor.
EL
DUELO
El
galán quedó tendido en el suelo de nieve, entre los árboles
disecados por el invierno. Salía del baile de máscaras, animado de
la pasión de los celos, a demandar un desagravio. Recibió en el
pecho el aguda lámina de hierro.
La
dama vestida de terciopelo azul, motivo de la discordia, presenció
el curso y el desenlace del conflicto sangriento. Le atribuían en
secreto uno de los apellidos más nobles de Francia.
El mágico de ropilla escarlata sostiene en sus brazos al moribundo y escucha las últimas palabras, enunciadas con la voz ansiosa y débil de un infante. Presta el auxilio de una ciencia difamada.
La mujer culpable se recoge en el palacio de exquisita arquitectura. Sus autores y fabricantes se habían inspirado en la fauna. Balbuce de miedo al considerar la noticia de una peste ensañada con las hermosas y criada en los puertos de Levante.
La dama sucumbe en la sala del piso de pórfido, al lado de su lebrel blanco. Ha divisado en la penumbra de los aposentos la figura mortal de Empous, una larva de ojos de envidia y cabeza de asno, repulsada por Mefistófeles.
El mágico de ropilla escarlata sostiene en sus brazos al moribundo y escucha las últimas palabras, enunciadas con la voz ansiosa y débil de un infante. Presta el auxilio de una ciencia difamada.
La mujer culpable se recoge en el palacio de exquisita arquitectura. Sus autores y fabricantes se habían inspirado en la fauna. Balbuce de miedo al considerar la noticia de una peste ensañada con las hermosas y criada en los puertos de Levante.
La dama sucumbe en la sala del piso de pórfido, al lado de su lebrel blanco. Ha divisado en la penumbra de los aposentos la figura mortal de Empous, una larva de ojos de envidia y cabeza de asno, repulsada por Mefistófeles.
CARNAVAL
Una
mujer de facciones imperfectas y de gesto apacible obsede mi
pensamiento. Un pintor septentrional la habría situado en el curso
de una escena familiar, para distraerse de su genio melancólico,
asediado por figuras macabras.
Yo
había llegado a la sala de la fiesta en compañía de amigos
turbulentos, resueltos a desvanecer la sombra de mi tedio. Veníamos
de un lance, donde ellos habían arriesgado la vida por mi causa.
Los
enemigos travestidos nos rodearon súbitamente, después de cortarnos
las avenidas. Admiramos el asalto bravo y obstinado, el puño firme
de los espadachines. Multiplicaban, sin decir palabra, sus golpes
mortales, evitando declararse por la voz. Se alejaron, rotos y
mohínos, dejando el reguero de su sangre en la nieve del suelo.
Mis
amigos, seducidos por el bullicio de la fiesta, me dejaron acostado
sobre un diván. Pretendieron alentar mis fuerzas por medio de una
poción estimulante. Ingerí una bebida malsana, un licor salobre y
de verdes reflejos, el sedimento mismo de un mar gemebundo,
frecuentado por los albatros.
Ellos
se perdieron en el giro del baile.
Yo
divisaba la misma figura de este momento. Sufría la pesadumbre del
artista septentrional y notaba la presencia de la mujer de facciones
imperfectas y de gesto apacible en una tregua de la danza de los
muertos.
EL
EXTRANJERO
Había
resuelto esconderse para el sufrimiento. Se holgaba en una vivienda
sepulcral, asilo del musgo decadente y del hongo senil. Una lámpara
inútil significaba la desidia.
Había
renunciado los escrúpulos de la civilización y la consideraba un
trasunto de la molicie. Descansaba audazmente al raso, en medio de
una hierbal prehensil.
Insinuaba
la imagen de un ser primario, intento o desvarío de la vida en una
época diluvial. El cabello y la barba de limo parecían alterados
con el sedimento de un refugio lacustre.
Se
vestía de flores y de hojas para festejar las vicisitudes del cielo,
efemérides culminantes en el calendario del rústico.
Se
recreaba con el pensamiento de volver al seno de la tierra y perderse
en su oscuridad. Se prevenía para la desnudez en la fosa indistinta
arrojándose a los azares de la naturaleza, recibiendo en su persona
la lluvia fugaz el verano. Dejó de ser en un día de noviembre, el
mes de las siluetas.
ELOGIO DE LA SOLEDAD
Prebenda
del cobarde y del indiferente reputan algunos la soledad, oponiéndose
al criterio de los santos que renegaron del mundo y que en ella
tuvieron escala de perfección y puerto de ventura. En la disputa
acreditan superior sabiduría los autores de la opinión ascética.
Siempre será necesario que los cultores de la belleza y del bien,
los consagrados por la desdicha se acojan al mudo asilo de la
soledad, único refugio acaso de los que parecen de otra época,
desconcertados con el progreso. Demasiado altos para el egoísmo, no
le obedecen muchos que se apartan de sus semejantes. Opuesta causa
favorece a menudo tal resolución, porque así la invocaba un hombre
en su descargo:
La
indiferencia no mancilla mi vida solitaria; los dolores pasados y
presentes me conmueven; me he sentido prisionero en las ergástulas;
he vacilado con los ilotas ebrios para inspirar amor a la templanza;
me sonrojo de afrentosas esclavitudes; me lastima la melancolía
invencible de las razas vencidas. Los hombres cautivos de la barbarie
musulmana, los judíos perseguidos en Rusia, los miserables hacinados
en la noche como muertos en la ciudad del Támesis, son mis hermanos
y los amo. Tomo el periódico, no como el rentista para tener
noticias de su fortuna, sino para tener noticias de mi familia, que
es toda la humanidad. No rehúyo mi deber de centinela de cuanto es
débil y es bello, retirándome a la celda del estudio; yo soy el
amigo de los paladines que buscaron vanamente la muerte en el riesgo
de la última batalla larga y desgraciada, y es mi recuerdo
desamparado ciprés sobre la fosa de los héroes anónimos. No me
avergüenzo de homenajes caballerescos ni de galanterías anticuadas,
ni me abstengo de recoger en el lodo del vicio la desprendida perla
de rocío. Evito los abismos paralelos de la carne y de la muerte,
recreándome con el afecto puro de la gloria; de noche en sueños
oigo sus promesas y estoy, por milagro de ese amor, tan libre de
lazos terrenales como aquel místico al saberse amado por la madre de
Jesús. La historia me ha dicho que en la Edad Media las almas nobles
se extinguieron todas en los claustros, y que a los malvados quedó
el dominio y población del mundo; y la experiencia, que confirma
esta enseñanza, al darme prueba de la veracidad de Cervantes que
hizo estéril a su héroe, me fuerza a la imitación del Sol, único,
generoso y soberbio.
Así
defendía la soledad uno, cuyo afligido espíritu era tan sensible,
que podía servirle de imagen un lago acorde hasta con la más tenue
aura, y en cuyo seno se prolongaran todos los ruidos, hasta sonar
recónditos.
LA
CIUDAD
Yo
vivía en una ciudad infeliz, dividida por un río tardo, encaminado
al ocaso. Sus riberas, de árboles inmutables, vedaban la luz de un
cielo dificultoso.
Esperaba
el fenecimiento del día ambiguo, interrumpido por los aguavientos.
Salía de mi casa desviada en demanda de la tarde y sus vislumbres.
El
sol declinante pintaba la ciudad de las ruinas ultrajadas.
Las
aves pasaban a reposar más adelante.
Yo
sentía las trabas y los herrojos de una vida impedida. El fantasma
de una mujer, imagen de la amargura, me seguía con sus pasos
infalibles de sonámbula.
El
mar sobresaltaba mi recogimiento, socavando la tierra en el secreto
de la noche. La brisa desordenaba los médanos, cegando los arbustos
de un litoral bajo, terminados en una flor extenuada.
La
ciudad, agobiada por el tiempo y acogida a un recodo del continente,
guardaba costumbres seculares. Contaba aguadores y mendigos, versados
en proverbios y consejas.
El
más avisado de todos instaba mi atención refiriendo la semejanza de
un apólogo hindú. Consiguió acelerar el curso de mi pensamiento,
volviéndome en mi acuerdo.
El
aura prematinal refrescaba esforzadamente mi cabeza calenturienta,
desterrando las volaterías de un sueño confuso.
OMEGA
Cuando
la muerte acuda finalmente a mi ruego y sus avisos me hayan
habilitado para el viaje solitario, yo invocaré un ser primaveral,
con el fin de solicitar la asistencia de la armonía de origen
supremo, y un solaz infinito reposará en mi semblante.
Mis
reliquias, ocultas en el seno de la oscuridad y animadas de una vida
informe, responderán desde su destierro al magnetismo de una voz
inquieta, proferida en un litoral desnudo.
El
recuerdo elocuente, a semejanza de una luna exigua sobre la vista de
un ave sonámbula, estorbará mi sueño impersonal hasta la hora de
sumirse, con mi nombre, en el olvido solemne.
::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
Cruz
Salmerón Acosta
(1892-1929)
AZUL
Azul
de aquella cumbre tan lejana
hacia
la cual mi pensamiento vuela,
bajo
la paz azul de la mañana,
¡color
que tantas cosas me revela!
Azul que del azul cielo emana,
y
azul de este gran mar que me consuela,
mientras
diviso en él la ilusión vana
de
la visión del ala de una vela.
Azul de los paisajes abrileños,
triste
azul de los líricos ensueños,
que
no calman los intimos hastíos.
Sólo me angustias cuando sufro antojos
de
besar el azul de aquellos ojos
que
nunca más contemplarán los míos
PIEDAD
No
era ni amor lo que ella me tenía;
era tal vez piedad, lástima era,
porque mi oculta pena comprendía
y ella se compadece de cualquiera.
era tal vez piedad, lástima era,
porque mi oculta pena comprendía
y ella se compadece de cualquiera.
Hoy
que voy recobrando mi alegría,
animado quizás de una quimera,
se va tornando mucho menos mía,
como si ella ya no me quisiera.
animado quizás de una quimera,
se va tornando mucho menos mía,
como si ella ya no me quisiera.
Yo
sí he formado de mi amor un culto,
y en tanto aquí mi juventud sepulto
y la aureola del martirio ciño.
y en tanto aquí mi juventud sepulto
y la aureola del martirio ciño.
¡No
me quites, Señor; mi sufrimiento,
si es que habré de perder con mi tormento
la conmiseración de su cariño!
si es que habré de perder con mi tormento
la conmiseración de su cariño!
DE
MIS ANDANZAS
Yo
fui Quijote por algunos años
y
llena el alma de un ensueño hermoso
tuve
en mi Dulcinea del Toboso
los
mil encantamientos más extraños.
En
mis luchas de pérfidos engaños
para
mí no hubo tregua ni reposo,
y,
lanza en ristre, arremetí furioso
contra
molinos y contra rebaños.
Aunque
más de una vez burlado fuera
sólo
me avergoncé por vez primera
cuando,
como el Manchego sin fortuna
me
encontré sin honor y desarmado
a
los pies de un barbero disfrazado
de
Caballero de la Blanca Luna.
LA
HORA MELANCÓLICA
Es
la hora melancólica y serena,
en
alta noche y en apacible calma,
brilla
la luna y a lo lejos suena
música
alegre que entristece el alma.
Música
de placer para el dichoso
que
dulces esperanzas atesora,
música
para mí como el sollozo
de
mi solitario corazón que llora.
A
los tranquilos rayos de la luna
imágenes
de amor llegan flotantes
bañándome,
al pasar, una por una,
con
la serena luz de sus semblantes.
:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
Pio
Tamayo
(1898-1935)
Homenaje
y demanda del indio. A su majestad Beatriz I, Reina de los
Estudiantes
Sangre
en sangres dispersas,
almagre obscuro y fuerte,
estirpe jirajara,
cacique Totonó;
baile de piaches, rezo de quenas,
Soy un indio Tocuyo
yo.
Meseta brava y bella
que abre su arcada a los llanos
y sus patios a la luna;
patíbulo de Carvajal,
espinas de cardonales,
polvo y sol.
Altiplano tocuyano
que nutre su carne en jugos
blancos de cañamelar
y los hace sangre roja
en la flor del cafetal;
bueno y santo
por la madre,
y porque me enlaza hermano
del de la selva en Oriente
y del de la sierra al Sur.
Yo llegué de ese altiplano
a avivarme en mis hermanos
los de la Universidad,
savia en afanes quemada,
de dirio de roble erguido,
y a rendirte mi homenaje
de indio triste,
Majestad.
Fracasa entre mi canto y mi altivez indígena
la intención en hinojos.
humo leve de inciensos
como el que ardió en las aras del Tenochittlán
quemó en mi corazón,
y humillo el desgreñado orgullo de los vientos
con aguas de remansos,
cenizas de volcanes
y cánticos de amor.
Así en la tierra antigua donde voló el faisán
usaba la liturguia de la proclamación.
Los miles de estudiantes,
cada estudiante, Reina,
es un mundo en promeso y un jardín de tormentas,
han abierto hoy sus pechos sobre más infinitos,
al ver que oraculiza en tus manos llaneras
el tripartido escudo de su Federación.
Mañana, anhelo, pueblo.
¡Mirandinos colores de la emancipación!
Beatriz del estudiante,
cetro de rebeldías,
corona de futuros;
bajo el palio de auroras de vuestro trono eres
la juvenil canción de amanecer.
En ensueño durmiente al amparo del alma
jubilosa y dinámica de la Federación
hecho viva esperanza
en tu luz de mujer.
Y digan con mis voces palabras de tus súbditos,
que es tu reinado, Reina, el úico acatable
en esta nutridora selva de Guaicaipuro,
de Mara y Yaracuy,
y del equio trueno de los cien mil corceles,
sobre el que galoparon
libertadas naciones.
Fugitivo perfil de la garza Morena.
¡Oh, perfume caliente de mazorcas tempranas!
Durazno de oro en rama;
cosa dulce y romántica
cuando se dice "amada";
ternura inacabable de la venezolana;
orgullo de nosotros.
Reina en cuya belleza
riman nobles y claras mis palabras agrestes,
divinizo tu boca
tan ingenua y traviesa
diciendo la dulzura que le oíyo ayer.
"Cuando yo sea abuelita
lucirémis trofeos y les diréa mis nietos
que fui Reina una vez".
¡Nuncio cándido y bello que sube a vuestros labios
la ternura sagrada que hará de vuestro ocaso
epílogo adorable de cuento de Perrault!
Os verán esos nietos luciendo edades regias
y sonreirán con Vos.
El mejor cortesano,
tendrá una voz mimada de delfín
solemne, afirmará:
Abuelita: Santa Isabel de Portugal,
que convirtiera en rosas el pan de su bondad,
una noche de Reyes se entretuvo en decirme
que túeras heredera de su lineaje real.
Abuelita: desde aquel día te he visto
de reina el corazón.
Oyénndole, el mána píncaro de ellos
vencerán en pugilato:
¿Desde aquel día? ¡Si ella nació con él!
¡Santa Isabel tenía
muchísima razón!
Y ahora, Majestad,
que el sollozo esclavo de un jazcaney rendido,
el súbdito presenta su demanda ante Vos.
Descarnado de insomnios
se consume mi rostro
y los tiempos incrustan sus cauces en la sienes.
Retornan a romper las obras de los montes
baladros caquetías.
Se desatan los ecos de vencidos lamentos
y corren sobre el área salvaje de los llanos,
o se extinguen muriendo en los senos intctos
de un Paracaima hermético.
¡Me han quitado mi novia!
¡La novia que me quiso; mi novia enamorada!
Palabras que se dicen con la pena infinita
de quien ya no podrávolverlas a cambiar...
Que bien decirte Tú,
como a mi novia, Reina.
En ti la miro a ella
y al mirarte me acuerdo...
Era de sol su carne y de un fragil metal.
El eco de sus voces era de acero azul.
Estaba hecha de alturas. A ti se parecía.
Yo fui su novio niño,
ya lo hemos sido tantos
Cantar, correr, soñar,
en el soleado campo, en la vega porosa,
junto al lirio morado,
al laurel
y al signo de las rosas.
Se adornaron mis labios con su nombre armonioso;
con su nombre que es música de banderas y estrellas.
Se miraron mis ojos en el ópalo grande
de sus ojos,
iguales al panal de los tuyos.
¡Y el abrazo materno que de la tierra avanza
la confiaba amorosa sobre mi corazón!
¡Como me acuerdo, Reina!
Temblando bajo sombras la amaba con angustias.
En mis venas lloraban los miedos por su vida.
Y un día me la raptaron.
Un día se la llevaron.
Desde los horizontes,
allá donde hace señas de adioses el crepúsculo,
vi encenderse los últimos luceros de sus besos.
Aprestarse a la andanza, porque la hemos perdido,
y salir a buscarla!
Mirar có mo levantan asfixias hasta el cielo
las crestas de los cerros!
Agotarse llamándola en los senderos mudos.
Obscurecerse en noches solitario y rendido,
¡Y sentirla que sufre y que se está muriendo!
¡Ah! Ya no puedo más, Reina Beatriz. ¡No puedo!
Vuelve a llorar el indio con su llanto agorero...
Pero no, Majestad,
que he llegado hasta hoy
Vos sonriente promesa de encendidos anhelos
y el nombre de esa novia se me parece a Vos:
se llama Libertad.
Decidle a vuestros súbditos
tan jóvenes que aún no pueden conocerla
que salgan a buscarla,
Vuestra justicia ordene,
y yo, enhiesto otra vez,
vibrante el junco en silbo de indígena romero
continuaré en marcha
con la confianza altiva de los de antigua raza,
pues con Vos, Reina nuestra,
juvenil, en su trono, se instala el porvenir!
almagre obscuro y fuerte,
estirpe jirajara,
cacique Totonó;
baile de piaches, rezo de quenas,
Soy un indio Tocuyo
yo.
Meseta brava y bella
que abre su arcada a los llanos
y sus patios a la luna;
patíbulo de Carvajal,
espinas de cardonales,
polvo y sol.
Altiplano tocuyano
que nutre su carne en jugos
blancos de cañamelar
y los hace sangre roja
en la flor del cafetal;
bueno y santo
por la madre,
y porque me enlaza hermano
del de la selva en Oriente
y del de la sierra al Sur.
Yo llegué de ese altiplano
a avivarme en mis hermanos
los de la Universidad,
savia en afanes quemada,
de dirio de roble erguido,
y a rendirte mi homenaje
de indio triste,
Majestad.
Fracasa entre mi canto y mi altivez indígena
la intención en hinojos.
humo leve de inciensos
como el que ardió en las aras del Tenochittlán
quemó en mi corazón,
y humillo el desgreñado orgullo de los vientos
con aguas de remansos,
cenizas de volcanes
y cánticos de amor.
Así en la tierra antigua donde voló el faisán
usaba la liturguia de la proclamación.
Los miles de estudiantes,
cada estudiante, Reina,
es un mundo en promeso y un jardín de tormentas,
han abierto hoy sus pechos sobre más infinitos,
al ver que oraculiza en tus manos llaneras
el tripartido escudo de su Federación.
Mañana, anhelo, pueblo.
¡Mirandinos colores de la emancipación!
Beatriz del estudiante,
cetro de rebeldías,
corona de futuros;
bajo el palio de auroras de vuestro trono eres
la juvenil canción de amanecer.
En ensueño durmiente al amparo del alma
jubilosa y dinámica de la Federación
hecho viva esperanza
en tu luz de mujer.
Y digan con mis voces palabras de tus súbditos,
que es tu reinado, Reina, el úico acatable
en esta nutridora selva de Guaicaipuro,
de Mara y Yaracuy,
y del equio trueno de los cien mil corceles,
sobre el que galoparon
libertadas naciones.
Fugitivo perfil de la garza Morena.
¡Oh, perfume caliente de mazorcas tempranas!
Durazno de oro en rama;
cosa dulce y romántica
cuando se dice "amada";
ternura inacabable de la venezolana;
orgullo de nosotros.
Reina en cuya belleza
riman nobles y claras mis palabras agrestes,
divinizo tu boca
tan ingenua y traviesa
diciendo la dulzura que le oíyo ayer.
"Cuando yo sea abuelita
lucirémis trofeos y les diréa mis nietos
que fui Reina una vez".
¡Nuncio cándido y bello que sube a vuestros labios
la ternura sagrada que hará de vuestro ocaso
epílogo adorable de cuento de Perrault!
Os verán esos nietos luciendo edades regias
y sonreirán con Vos.
El mejor cortesano,
tendrá una voz mimada de delfín
solemne, afirmará:
Abuelita: Santa Isabel de Portugal,
que convirtiera en rosas el pan de su bondad,
una noche de Reyes se entretuvo en decirme
que túeras heredera de su lineaje real.
Abuelita: desde aquel día te he visto
de reina el corazón.
Oyénndole, el mána píncaro de ellos
vencerán en pugilato:
¿Desde aquel día? ¡Si ella nació con él!
¡Santa Isabel tenía
muchísima razón!
Y ahora, Majestad,
que el sollozo esclavo de un jazcaney rendido,
el súbdito presenta su demanda ante Vos.
Descarnado de insomnios
se consume mi rostro
y los tiempos incrustan sus cauces en la sienes.
Retornan a romper las obras de los montes
baladros caquetías.
Se desatan los ecos de vencidos lamentos
y corren sobre el área salvaje de los llanos,
o se extinguen muriendo en los senos intctos
de un Paracaima hermético.
¡Me han quitado mi novia!
¡La novia que me quiso; mi novia enamorada!
Palabras que se dicen con la pena infinita
de quien ya no podrávolverlas a cambiar...
Que bien decirte Tú,
como a mi novia, Reina.
En ti la miro a ella
y al mirarte me acuerdo...
Era de sol su carne y de un fragil metal.
El eco de sus voces era de acero azul.
Estaba hecha de alturas. A ti se parecía.
Yo fui su novio niño,
ya lo hemos sido tantos
Cantar, correr, soñar,
en el soleado campo, en la vega porosa,
junto al lirio morado,
al laurel
y al signo de las rosas.
Se adornaron mis labios con su nombre armonioso;
con su nombre que es música de banderas y estrellas.
Se miraron mis ojos en el ópalo grande
de sus ojos,
iguales al panal de los tuyos.
¡Y el abrazo materno que de la tierra avanza
la confiaba amorosa sobre mi corazón!
¡Como me acuerdo, Reina!
Temblando bajo sombras la amaba con angustias.
En mis venas lloraban los miedos por su vida.
Y un día me la raptaron.
Un día se la llevaron.
Desde los horizontes,
allá donde hace señas de adioses el crepúsculo,
vi encenderse los últimos luceros de sus besos.
Aprestarse a la andanza, porque la hemos perdido,
y salir a buscarla!
Mirar có mo levantan asfixias hasta el cielo
las crestas de los cerros!
Agotarse llamándola en los senderos mudos.
Obscurecerse en noches solitario y rendido,
¡Y sentirla que sufre y que se está muriendo!
¡Ah! Ya no puedo más, Reina Beatriz. ¡No puedo!
Vuelve a llorar el indio con su llanto agorero...
Pero no, Majestad,
que he llegado hasta hoy
Vos sonriente promesa de encendidos anhelos
y el nombre de esa novia se me parece a Vos:
se llama Libertad.
Decidle a vuestros súbditos
tan jóvenes que aún no pueden conocerla
que salgan a buscarla,
Vuestra justicia ordene,
y yo, enhiesto otra vez,
vibrante el junco en silbo de indígena romero
continuaré en marcha
con la confianza altiva de los de antigua raza,
pues con Vos, Reina nuestra,
juvenil, en su trono, se instala el porvenir!
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