jueves, 11 de junio de 2015

APOLOGÍA A UNA JAURÍA JUBILOSA






Por: José Carlos De Nóbrega

APOLOGÍA A UNA JAURÍA JUBILOSA

José Carlos De Nóbrega 

He aquí una compilación festiva, crítica y dialógica sobre nuestra poesía más reciente. Efectivamente, las memorias de este “1er. Coloquio sobre Poesía Venezolana Contemporánea. Poesía y poéticas de autores nacidos a partir de 1970” [2014], editadas por la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello, si bien no niegan el auténtico espíritu inquisitivo de la Academia, propenden a una conversación placentera y atenta sobre la obra de nuestros poetas más jóvenes. El lector se sentirá al punto contento y reivindicado, no sólo por el abordaje diverso y dinámico del trabajo poético de Caneo Arguinzones (1987-2014), Luis Enrique Belmonte (1971), Paola Sabogal (1981), Kattia Piñango (1975), Joel Rojas Carrillo (1973), Freddy Ñáñez (1976), Luis Ernesto Gómez (1977), Julio César Borromé (1972), Ximena Benítez (1974) y José Javier Sánchez (1970), además del Catálogo de poetas chavistas bajo la curaduría políticamente incorrecta de Diego Sequera; sino también por el concierto ensayístico plural e intergeneracional que trae consigo e implica sus virtudes ajenas a las fútiles pretensiones de voces autorizadas: el discurso crítico es igualmente diverso, como corresponde a una muestra contingente y lúdica del ensayo actual en Venezuela. En este caso, tenemos las aproximaciones de Mariajosé Escobar, María Fernanda Toro, Diego Sequera, Marco Aurelio Rodríguez, José Javier Sánchez, William Torrealba, Isaías Cañizález Ángel, Nelson Guzmán, José Carlos De Nóbrega, Luis Ernesto Gómez y Jesús Ernesto Parra. Esta docena de textos críticos comprenden la reseña académica y ensayística, el ensayo libre, el prólogo e incluso la presentación vivaz y respetuosa de libros. Se trata de celebrar la obra de los poetas más jóvenes del país, sin las ataduras artificiales a las etiquetas academicistas, ideológicas, mercantiles, afectivas o repulsivas que perviertan la consideración auténtica de nuestra literatura. Como lo hemos conversado en otras circunstancias, la mirada crítica no puede fracasar en el mezquino compartimiento estanco del directorio telefónico o electrónico de complicidades inconfesables; por el contrario, ha de confrontarse dialécticamente con el hecho de que la literatura venezolana, en el contexto continental y universal, deviene a la par y a contracorriente de nuestro accidentado proceso histórico, dando saltos frenéticos y asimétricos que es necesario puntualizar.

A tal respecto, la Casa Bello constituye un ámbito propicio para tan trascendental y urgente empresa. Esta colección que comenta con solidaridad, audacia y rigor a la nueva poesía venezolana, se suma y glosa a conjuntos antológicos que la compendian tales como Amanecieron de Bala. Panorama actual de la joven poesía venezolana (2007, Fundación Editorial el perro y la rana) y el número 153 de la revista Poesía (Enero-Junio de 2011, Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo), no obstante las coincidencias y las diferencias atinentes al inventario mismo y a la metodología que apareja cada compilación. Destacamos que nuestra casa latinoamericana apuesta con denuedo y vitalidad por un espíritu comunitario, libertario y participativo. Acompañamos al poeta William Osuna en la distribución intelectual, orgánica y lírica de la Casa que fundó Andrés Bello, pues Vivir en comuna es tener memoria histórica compartida desde la integración de la cultura. Las labores del poeta, el gramático y el filólogo se encuentran reñidas con una patología parapolicial y punitiva que esteriliza la lengua. Supone la superación revolucionaria de la fragmentación malsana y burguesa del conocimiento científico, humanístico y artístico, en oposición a un proceso de globalización insincero que transgrede lo universal. La vinculación de lo culto y lo popular es un síntoma inevitable de este obstinado vicio de decir, valga la cita a Belmonte, que padecemos y disfrutamos con sumo apetito. Por ejemplo, la revista digital La Comuna de Bello no discierne, ni solapa, mucho menos invisibiliza la oralidad rural y urbana que se incrusta en el discurso lírico de nuestras grandes voces: desde Ramón Palomares hasta los poetas contemporáneos brasileños como Drummond de Andrade y Manuel Bandeira. Asimismo, lo verificamos en la organización, realización y puesta en escena de nuestro Festival Mundial de Poesía. Sólo se configura la unicidad de la Colmena en la salvaje multiplicidad del enjambre.

Afortunadamente, con la venia de Dios y el Diablo, los poemas y los comentarios se cuecen y respiran en un suculento sancocho o cruzao propiciatorio que dignifica la lengua y la escritura de los venezolanos y los latinoamericanos por igual. Desde la irreverencia estética y política de Diego Sequera; encaminando al arrebatado lector en la ciudad por obra y gracia de la prosa rumbera y callejera de José Javier Sánchez; hasta la precisión crítica y la transparencia expresiva de María Fernanda Toro que, sumadas a los aportes personales de Isaías Cañizález Ángel y Daniel Molina, configuran una curiosa y enriquecedora conversación que nos acerca a Luis Enrique Belmonte. ¿Qué decir del diálogo apolíneo y dionisíaco que sostienen Nelson Guzmán y Freddy Ñáñez, dos de nuestros creadores más apreciados y comprometidos, más allá de los equívocos ideológicos y estéticos? Les encomendamos también solazarse en la danza transgenérica, deliciosamente objetual y asombrosa que Luis Ernesto Gómez realiza a plenitud con el muy tocable corpus poético de Ximena Benítez.

Finalmente, Susan Sontag nos convoca a apostar por una “erótica del arte”, ésta es la vindicación de la crítica libre que concilia lo culto y lo popular sin ataduras profesorales ni ideológicas. ¡Abajo el bienestar pequeñoburgués que desencamina la vida de los hombres!








miércoles, 3 de junio de 2015

La democracia de este siglo debe garantizar la felicidad colectiva

La democracia de este siglo debe garantizar la felicidad colectiva


Entrevista realizada a Juan Antonio Calzadilla Arreaza en el marco del Congreso Inventar la Democracia del Siglo XXI, por Iván Padilla Bravo para el Semanario TodasAdentro

31 mayo, 2015




Juan Calzadilla. Foto: Mayrin Moreno Macías
El auditorio Juan Bautista Plaza, en el Foro Libertador, estaba completamente lleno. Pero lo que realmente rebasaba todo eran las expectativas de las y los asistentes al Congreso Internacional Inventar la Democracia del Siglo XXI. La iniciativa del Gobierno Bolivariano se convirtió en mandato que correspondió organizar y ejecutar al Ministerio del Poder Popular para la Cultura. Tres días de foros, debates y propuestas, dejan tendidas muchas ideas que se deben convertir en un futuro que comenzó en el año 1989. La ponencia inaugural de este Congreso, fue encomendada a Juan Antonio Calzadilla Arreaza (1959), un joven de dos democracias (la representativa y la participativa y protagónica) bien diferenciadas entre ellas.


Texto: TodasAdentro (Iván Padilla Bravo)
Ensayista, preocupado por los sistemas de nuestra historia y, especialmente, por el sello emblemático de Samuel Robinson en la epistemología que define a la Revolución Bolivariana, Calzadilla Arreaza también es poeta y narrador, con él dialoga en voz alta Todasadentro.
-En este Congreso Internacional se pretende “inventar la Democracia del Siglo XXI”. El verbo parece inspirado en Simón Rodríguez (“inventamos o erramos”). Desde su perspectiva, ¿en los últimos 16 años, cuánto se ha inventado en materia de democracia?
-Ese “inventamos o erramos” de Simón Rodríguez ha sido el signo, el programa inmanente de todas las acciones de la Revolución Bolivariana durante todos estos años. Era una divisa por la que estaba determinado, en convicción y en espíritu, el propio Comandante Chávez. Al plantearse esa “refundación de la República” se planteaba una reinvención de la democracia, de representativa a protagónica. Si hay un legado de la obra y acción de Simón Rodríguez en esa historia que nos llega viva hoy, es justamente la invención de la República, la invención de una sociedad que él pensaba que no había existido nunca y que era la sociedad que satisfacía las necesidades de todos y todas, contando con las voluntades de todos y todas para sustentarla por su propio beneficio.
Esa doctrina republicana es el fondo del socialismo robinsoniano. Funcionalmente es el espíritu de su revolución cultural y económica. Esa invención de una patria que emerge de las oscuridades del coloniaje, de la servidumbre o la ignorancia, que eran para él la misma cosa, y que está obligada a ser fiel a su propia originalidad.
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Foto: L. Bracci
-¿Desde cuándo se está inventando?
-Si de inventar se trata, la Asamblea Constituyente de 1999 fue una invención, la nueva Constitución Bolivariana fue una invención. Las leyes del Poder Popular fueron una invención. En Venezuela hemos estado inventando desde hace 16 años, por el empuje del Comandante Chávez y su prodigiosa imaginación política. Gracias a ella hemos visto nuevas “creaciones políticas” (como decía Simón Rodríguez), nuevas creaciones de instancias institucionales, como fue el Poder Ciudadano, como debe ser el Poder Popular, el Poder Comunal, ese gran horizonte utópico y utopía activa que es el Estado Comunal Socialista. Todo eso es invención, llamado y señal al mundo, llamado a otros pueblos para la invención política. Estamos atascados en unos modelos que ya les han quedado cortos a las realidades del siglo 21.

-En realidad, ¿qué se está inventando?
-Inventar la democracia del siglo 21, tal como lo hemos estado practicando, equivale a inventar el socialismo del siglo 21, que, nos parece el sistema político, no copia sino “creación heroica”, capaz de garantizar racional y pragmáticamente una felicidad humana colectiva e incluso una supervivencia de la humanidad, en el estado de crisis fatal a la que la han llevado estos quinientos años de depredación capitalista.

La ruptura

-Hay quienes sostienen que El Caracazo fue también una forma de democratizar auténticamente la democracia, o al menos, de inventarse una nueva. ¿Cree en la fuerza histórica de esa fecha (27F) y esos hechos?
El Caracazo inauguró una nueva historia porque trastocó toda la representación y la eficacia simbólica del sistema político hasta entonces vigente
-La fuerza histórica del 27 de febrero es absolutamente innegable.El Caracazo inauguró una nueva historia porque trastocó toda la representación y la eficacia simbólica del sistema político hasta entonces vigente, frágil y desequilibrado, porque se sustentaba en la demagogia y en la represión, aunadas al entreguismo y la corrupción. Pero era el sistema que había logrado durar 40 años, con mucho sacrificio por parte de los sectores populares. Simplemente, el pueblo en masa, desde su nivel más visceral, desde su nivel más físico y material, desde la acción desencadenada de su fuerza física, destruye, hace ruptura con todo ese aparato institucional, con todo ese aparato discursivo de la democracia representativa, todo ese mito, esa opinión de la perfecta y perfectible democracia venezolana. Y lo que hace es insurgir desde el nivel más básico, desde el nivel de la subsistencia, de la supervivencia, contra el aparato político. Yo lo veo como una insurrección de la soberanía popular.

-¿Por qué?
Porque el pueblo desconocía de la manera más absoluta todo el sistema político, todas las reglas de juego, toda la obligación de obediencia social a la que había estado sometido desde el año 1958 y toma la realidad en sus propias manos, toma su satisfacción con su propia fuerza.
Eso es un quiebre, es una insurrección y una debacle política para el puntofijismo, que no puedo reaccionar sino con la masacre, y por lo tanto es una expresión revolucionaria, que además va a dar legitimidad a los intentos de construcción de una revolución que lleva a cabo y que llega a unificar y liderar el movimiento del Comandante Chávez con la rebelión militar de 1992 y el golpe electoral del 98. Estoy de acuerdo en que no fue una revolución concertada y planificada, pero el 27 de febrero, el pueblo venezolano le retiró el pacto de soberanía, el pacto de representatividad al fracasado poder puntofijista.

-A su entender, ¿qué caracteriza o debe caracterizar la Democracia del Siglo XXI?
-Creo que una democracia del siglo 21 es perfectamente equivalente a un socialismo del siglo 21, en la medida en que un socialismo, es decir, un sistema que pone el valor del trabajo y la existencia humana por encima de la abstracción fetichista del capital productor de bienes, motor de la economía y de la felicidad. El socialismo entendido como eso, la reivindicación de las necesidades del ser humano por encima de los intereses del capital.
Y en Venezuela hemos estado dando el ejemplo de una práctica impecable, irrestricta, de los principios democráticos, como son el principio de inclusión y de participación de todos, o el principio de igualdad de condiciones y de derechos. Eso es una democratización que, en la práctica, se muestra en la democratización de la educación, de la vivienda, del ingreso y de la posibilidad de consumo.
juancalza2937293Para mí, la democracia del siglo 21 solo es sustentable en un socialismo del siglo 21, en una política dirigida y pensada para el ser humano y sus formas más eficientes y racionales de colectivización. Una democracia, en fin, donde el poder germine, se articule y se estructure desde la situación, desde los focos, los nudos más concretos y específicos, que para nosotros son las comunidades, cuya construcción es el Poder Comunal, como contrapeso y complementariedad a los poderes del Estado.
Que materialice ese ideal de “sociedad verdadera”, robinsoniana, que consiste en la asociación que satisface las necesidades de todos sus miembros sin excepción, pero que también cuenta con las voluntades de todos sin excepción para su sustentabilidad económica y política.

Los saberes en cuestión

-La “revolución del conocimiento” es el producto de un proceso de escolarización”? ¿De qué educación estamos hablando? ¿Cuánto puede durar esta gran tarea?
-El conocimiento no puede seguirsiendo visto como un simple asunto de la inteligencia y de la conciencia, concerniente a un desarrollo cognitivo. El conocimiento debe ser también conocimiento y autodirección de sí, de cada cual y de todos, en función de un sentido de comunidad y una sensibilidad compartida.
El conocimiento debe recobrar su función social de herramienta para la autoformación del individuo y la transformación del sustrato social y colectivo que lo hace posible y necesario. Debe comprender “instrucción” (para saber) y “educación” (para la acción moral y social). Dos direcciones marcadas por Simón Rodríguez han sido descuidadas por la escuela que heredamos del siglo 20: la formación del sujeto ético, capaz de autocontrol racional, por una parte, y la inserción social del saber como factor de transformación económica. Una revolución del conocimiento debe orientarse por partida doble hacia la transformación de la subjetividad individual y colectiva; y hacia la productividad material para la satisfacción social de las necesidades reales y no de los fetichismos que nos implanta el universo simbólico capitalista.