domingo, 6 de agosto de 2017

DE POR QUÉ SOMOS LUNEÁTICOS




DE POR QUÉ SOMOS LUNEÁTICOS



La experiencia de un taller literario nunca dejará de sorprendernos,  independiente  del  rol  que  nos  toque  jugar,  ya  sea  como facilitador o como poeta participante; llegamos a un taller a encontrar respuestas a todas las inquietudes que nos toca confrontar desde la escritura.

Asistimos a un juego de incógnitas por descifrar. En cada sesión se despiertan diversas sensaciones relacionadas con la  palabra,  la  lengua  y  el  lenguaje.  El  taller  se  convierte  en la aproximación a pequeños universos del lenguaje que tienen la posibilidad de ser transformados, reinterpretados, reescritos desde nuestra propia voz.

El  lenguaje  deja  de  ser  un  cliché,  una  atadura,  una  mordaza,  y  desde  la  escritura  nos  liberamos  de  dogmas  y  refundamos  el  amor,  la  guerra,  la  memoria,  los  afectos.  Desde  el  lenguaje  fundamos  un  nuevo  lenguaje  para  comunicarnos con nuestros dioses, con la naturaleza, con el cosmos, con los distintos paisajes, y la ciudad deja de ser un estereotipo para nutrirse de todos los matices.

Desde las múltiples  lecturas  comprendemos  que  tenemos  la  posibilidad  de  aportar  a  la  transformación  de  las  estéticas,  porque  somos arte y parte de ellas.

Asistimos a un taller a desprendernos del ego solitario de los  geniecillos  de  la  creación  o  a  levantar  nuestra  voz  si  nos  atormenta el silencio, pero, sobre todas las cosas del mundo, en este taller nos encontramos para crecer desde adentro.

Me  tocó  asumir  la  coordinación  del  Taller  de  Monte  Ávila  después  de  sostener  varias  conversaciones  con  el  querido Carlos Noguera, quien llevaba las riendas de nuestra casa editorial para la época de nuestro taller. Su solicitud fue amena y presta para lograr mantener la calidad de los  talleres  que  desde  hace  muchos  años  se  ofrece  a  los escritores venezolanos.

Mi propuesta fue clara desde un principio: adentrarnos al universo de la poesía venezolana, conocer la propuesta literaria de escritores venezolanos del Siglo XX que nos permitieran ampliar la dimensión de la poesía desde nuestras voces y generar espacios para compartir la experiencia.


El taller no solo sería un espacio para la creación sino también  para  la  reflexión  sobre  el  trabajo  realizado  por  nuestros grandes poetas y nuestros contemporáneos. Nos reuníamos los días lunes, un día rudo para un taller de poesía en la ciudad. Inicio de la semana, que muchas veces  nos  recibe  con  el  tedio  de  comenzar  las  labores  alienantes del trabajo monótono. Lunes de resaca, de reorganización de las ideas, del arranque de motores, lunes que  poco  a  poco  se  fue  convirtiendo  en  el  espacio  de  encuentro  sistemático  donde  el  profesor  pasó  a  formar  parte  del  colectivo  y  donde  los  participantes  asumieron  roles de facilitadores.

En  una  especie  de  escuela  andragógica  cada  quien  fue aproximándose a experimentar desde la humildad el reconocimiento del otro, la aceptación del otro, y así como lo hizo con su compañero de taller, lo hizo con los poetas venezolanos y con los grandes temas. La poesía pasó de ser un concepto, un género literario, a transformarse en una acción y una filosofía de vida.

 La tarde-noche de los lunes tomó otro tono. La Librería del Sur del Teresa Carreño dejó de ser el salón de clases y pasó a convertirse en el espacio que nos convocó, nos reunió y que fue acercándonos desde la acción directa con el lenguaje. Allí nos atrevimos a releer y reescribir nuestra infancia, nuestro concepto de la poesía, nuestra aproximación a los fenómenos naturales. Conversamos con Dios y con todos los demonios. En ese espacio los amantes de la poesía mística debieron escribir como malditos, los licenciosos escribieron como hermanitas descalzas, y también aprendimos a querer mucho más esta ciudad y sus suburbios.

Somos  luneáticos  por  hacer  de  los  lunes  un  día  de  movimientos, de tensión, de lecturas múltiples, de cervezas en los chinos, de café en La patana, de encuentros con grandes escritores. Los lunes nos enamoramos, nos reprochamos, nos acercamos, nos debatimos, nos lloramos, nos celebramos.  Los  lunes  dejaron  de  ser  días  muertos  para  convertirse en espacios que nos permitían dialogar con la noche, con los astros.

El lenguaje se hizo arma, pluma, almohada, aire marino, gota  de  lluvia,  grito  de  protesta  y  de  redención.  Por  eso  insistimos  en  darle  continuidad  a  estos  encuentros  con  la  palabra y con la poesía, y hemos entendido que hay talleres literarios que no tienen fecha de clausura, ni acto de cierre, ni graduación.

El  taller  nos  hizo  visibles  como  grupo,  por  eso  hemos  estado presentes en la Feria del Libro de Caracas (Filven), en el Festival Mundial de Poesía; hemos tocado espacios como el  Museo  de  Bellas  Artes,  la  Galería  de  Arte  Nacional,  el  Parque Los Caobos, la Plaza Bolívar, la esquina de Gradillas, el Eje del Buen vivir, la Casa de las Primeras Letras y el Ce-larg. De una u otra manera hemos ganado espacios desde el poema, que nos permiten invitar, a todo el que escribe, a socializar para seguir creciendo.

Esta selección que presentamos hoy para los lectores está conformada por Arturo Sosa Leal, Andrés Urdaneta, Arlette Valenotti,  Solange  Urbina,  Marlene  Murillo,  Noé  Trujillo, María Mogollón, María Milagros Sabetta, Diana Moncada, Miguel  Díaz  Chang,  José  Antonio  Barrios,  Ivonne  Acuña,  Abraham  de  Barros,  Ligia  Álvarez,  Luis  Augusto  López  y  Stephanía  Delgado,  con  la  misión  de  compartir  parte  del  trabajo producido en ese primer año de taller, desde el espíritu y la poética de un lenguaje en constante desarrollo, con la sencilla misión de abrir nuevos ciclos desde lo individual, y lo colectivo y para contribuir, desde el poema, a la transformación y desarrollo del ser humano.



 http://www.elperroylarana.gob.ve/luneaticos/



José Javier sánchez
(compilador)
Caracas, 2017