miércoles, 7 de enero de 2015

Grupo Tráfico, su manifiesto y breve antología








GRUPO TRÁFICO




En la Filven 2014 capítulo Mérida realizada en el Complejo Cultural Tulio Febres Cordero de la ciudad capital, se desarrolló, organizado por Fundecem, el Encuentro de Literatura Homenaje a los Grupos Literarios del Siglo XX. Allí se dieron cita entre otros escritores, Juan Calzadilla, Ramón Palomares, Alberto Rodriguez Carucci, Gonzalo Ramírez, Luis Alberto Angulo, Ingrid Chcote, Gonzalo Fraguí, Nereyda Asuaje, Vanessa González, con la finalidad de debatir sobre los aportes a la literatura venezolana de los grupos literarios de este período, pero especialmente sobre el contexto en el cual se habían gestado cada uno de ellos, sobre los principios e ideales, sobre las luchas que en algunos casos debieron librar contra el orden establecido y muy especialmente sobre sus poéticas.

Fue propicio el encuentro para traer a la palestra las dictaduras del siglo XX del General Gómez y de Marcos Pérez Jimenez, y de la sangrienta persecusión a los movimientos de izquierda en los años sesenta. Fue el espacio idóneo para recordar los esfuerzos del grupo Viernes por renovar la literatura venezolana, La valentía de Sardio por alzar su voz ante los peligros de la SN, La irreverencia, la confrontación contra la represión y la denuncia frente a los responsables del pacto del punto fijo y de las desapariciones forzozas y matanzas que derivaron de esa traición, que realizara El Techo de la ballena y uno de los actos mas revolucionarios de los movimientos culturales del Siglo XX y con tan poca difusión oficial como lo fue el Congreso Cultural de Cabimas.

Los manfiestos redactados por los grupos literarios del Siglo XX fueron socializados por los ponentes y desde Viernes hasta la Esquina del Callejón, se pudo visibilizar esa linea curva, esos ritmos en la creación y esa evolución de la iteratura venezolana producida desde los grupos literarios en tan covulsionado Siglo. Espero compartir con ustedes en este espacio, el aporte de cada uno de los grupos, a la literatura y al contexto social y político en el que les tocó gestarse.

En este encuentro el maestro Juan Calzadilla con su sapiencia aportó a cada una de las prersentaciones su visión como ballenato, como renovador y maestro del ars poetico, Entre sus aportes apuntaba que la mayoría de los integrantes de los grupos litearios del Siglo XX consolidaron su obra después de abandonar las filas de sus grupos. Pero casos excepcionales como Armando Rojas Guardía dan fé de una voz que consolidada previa a la fundación del grupo tráfico y por ellos atentos lectores hoy acudimos a su obra y  la de su Grupo.

Comenzaré por razones sencillas a presentar al Grupo Tráfico, fundado en 1981 por Armando Rojas Guardia, Miguel Máruqez, Rafael Castillo Zapata, Yolanda Pantin, Igor Barreto y Alberto Márquez. En primer lugar por la presentación que hiciera Miguel Márquez de su experiencia, como integrante de tráfico, de la iniciativa que los llevó a reunirse como grupo, pero muy especialmente por la presencia en su seno de uno de los poetas mas importantes de este tiempo como lo és Armando Rojas Guradia. Tráfico reune ese espíritu joven de plantarse como vanguardia, esa fé de renovar con su palabra en cada verso a la poesía venezolana y esa ambición de ser sujeto histórico de la literatura.

Presentó su manifiesto, polémico para el canón de la literatura venezolana de ese momento, por las afirmaciones que ellos como grupo hacen de su trabajo, de como se ven frente a la literatura establecida desde el sector oficial y por las poéticas que esperan construir. Luego  presentó una breve selección compuesta por poemas escritos la mayoría, en ese momento, que dan fé de la producción de cada uno de sus integrantes

Hacia la calle vamos




Manifiesto




SÍ, MANIFIESTO
Manifiesto del Grupo Tráfico, originalmente aparecido en la revista Zona Franca, III Epoca, No. 25, julio-agosto de 1981, pp. 7-9.
Sí, Manifiesto
Venimos de la noche y hacia la calle vamos. Queremos oponer a los estereotipos de la poesía nocturna, extraviada en su oficio chamánico de convocar a los fantasmas de la psique o de lanzar hasta la náusea el golpe de dados del lenguaje, una poesía de la higiene solar, dentro de la cual el poeta regrese al mundo de la historia, al universo diurno de la vida concretísima de los hombres, en cuyo orbe cotidiano ningún fantasma enfermo moviliza más fuerza que el horror o la belleza encontrables en una acera cualquiera, y ningún aristocrático golpe de dados del verbo podrá abolir jamás el sabor sanguíneo de todas las palabras de la tribu.
Sí, Manifiesto
Representa una postura que, por inaudita que parezca en esta Venezuela de 1981 -donde la individualidad y la disgregación son el imperio sustentador de ese otro imperio, el real: económico, político, cultural-, quiere asumir la responsabilidad de ser la expresión del movimiento Tráfico. ¿Qué buscamos?: poesía. Y aquí está el dilema: inmersos en un ámbito cultural donde el poeta, lo poético, la poesía y el poetizar tienen una caracterización determinada, y por lo tanto normativa, lo que proponemos, no estando identificados con los parámetros de la estética imperante es -desde el punto de vista de nuestro contexto histórico inmediato- una nueva manera de entender la poesía.
Con Tráfico salimos del esencialismo y, como hemos dicho, nos reconocemos en la historia: menos mal que nadie puede calificar de "esencial" el tráfico; pasajeros, somos poetas de transición, como toda poesía es de transición, sólo que algunos siguen aspirando a esa especie de galardón que significa conquistar, con la palabra esencial, la salida de la historia, el supuesto hallazgo de la eternidad. Pasajeros transitorios, diurnos, poetas: nuestra propuesta nace de una necesidad poética -política- histórica, la necesidad que atraviesa nuestra Venezuela de hoy, confundida entre el marasmo y el derroche, entre el lujo fastuoso y las carencias apremiantes de la capa marginal. El silencio y el juego textualista no pueden ser una respuesta crítica a nuestro medio, en última instancia constituyen posturas que, si no de manera consciente, al menos en forma disfrazadamente ideológica, le hacen el juego a nuestra democracia petrolera.
La poesía que propugnamos servirá, en cambio, de percusión para enseñarle a la "Armonía" la inclemencia de la súplica en los botiquines del centro. Se trata de fundirle la caja en el Gran Prix de Caricuao, hacer estallar los radiadores de las letras a 250 Km. p/h. Reclamarle al cinetismo textual la burguesía óptica con la que pretende erigirse "críticamente" sobre una ciudad que se divierte, desde las mesas de Sabana Grande, con la ingeniosa geometría de los cultos. Nuestra calle no se complace en estos juegos de la noche ni tampoco en el silencio.
Los trapecistas de la imaginación suspiran por mantenerse en la "realidad" descrita por la ruta de sus acrobacias, en la medida en que se olvidan de la portentosa capa de la historia bajo la cual se desplazan. En el circo el mago es rey: basta un esotérico gesto para que proliferen los pañuelos (los duendes, la súbita aparición de los espíritus).
Pero, magos: ¿hasta cuando el engaño? Frente a ustedes surge nuestra mirada realista (no es un realismo inocente, de ojo adánico, de "inocencia objetual" y cosas por el estilo). Una mirada para la cual el poema traduce los olores más intensos de la calle. Un realismo, sí, pero realismo crítico. No queremos desobjetivar nuestras palabras, desdibujar nuestro paisaje, nuestra circunstancia histórica concreta, por cansados aquelarres. Además, ya lo sabemos todos: cuando se han ido los espectadores, cuando la carpa se hace alta, no hay hechizo: el elefante es elefante, los conejos son conejos, el trapecista es español, el mago vuelve al camerino. Los circos cierran a las 6.
Si hemos hablado de una nueva manera de entender la poesía, nos referimos también a otro tipo de poeta. Para nosotros ser poetas representa salir, en éxodo consciente, del monólogo dentro del cual quiere encerrarse buena parte de nuestros compañeros de generación. Creemos que en poesía no es la rotación de los signos en el texto lo que constituye la clave estética del poema, sino la forma en la que accede al oído de los otros la voz de una experiencia humana. Estamos hartos de combinatorias infinitas de palabras que se frotan para arrancarse chispas que no pasan de ser un fuego fatuo (sí, infatuado en su aspiración de hacernos creer que es el Fuego). Repetimos: contra el signo, el craso signo icónico del texto, optamos por la voz, por la interlocución que pone a circular el poema en el circuito de un diálogo concreto, no con un lector sin rostro, sino con los hombres y mujeres que en la fábrica y el rancho, la escuela y el cuartel, la universidad o la oficina, han perdido la costumbre (costumbre secular que extravió el rumbo) de escucharse a sí mismos en el vértice unánime de la voz del poeta. Este último siempre fue, antes de que la modernidad nos dejara hablando solos, el intérprete de vivencias colectivas, aquel cuya palabra congregaba los ecos de la ciudad y los caminos. En América Lartina, sobre todo, ¿qué escandalosa "profesionalización" del oficio poético quiere separarnos ahora de la más entrañable tradición moral de nuestra letras: la que concibe la palabra como quería Martí, echándose a la suerte de compartir su canto con los oprimidos de la tierra?
A una poesía que se ufana en la "gloriosa inutilidad", en la "casta ineficacia" que demasiados hombres confunden con la naturaleza misma del espíritu, deseamos oponer también, sin miedo al barro impuro del cual sale toda la epopeya espiritual de los hombres, la exigencia de una poesía que sirva, repleta de una contundente eficacia, la misma que ostentan un vaso, un arma o un automóvil, porque el arte empieza allí donde los hombres necesitan responder desde la plenitud de su conciencia a las exigencias de la situación particular, y no después, allí donde la cotidianidad dicen que termina y nace el reino abstracto -mármol y alabastro- de una trascendencia "noble" dentro de la cual sólo cabe una "gratuidad" que ya no acompaña a nadie en la tarea diaria de vivir, que ya no formaliza las experiencias del hombre común, que ya no constituye sino un vasto silencio donde bostezan el vacío o la "oquedad metafísica". Nos empeñamos, así, en promover una poesía necesaria, que nuestros interlocutores perciban como palabra de uso y compartida, palabra para la cual toda trascendencia anémica, dispéptica, se disuelve ante el poder de convocación que sube, por ejemplo, de las rocolas de los bares, palabra que tiene mucho que aprender de la imponencia con la que la línea exactísima de un hit congrega el gozo del stadium, haciendo levantar un eco humano que, en el fondo de los fondos, se parece al llanto o a la risa que todavía allá, en pleno siglo XII, podían recoger de su auditorio los versos de Berceo.
Por eso mismo, frente a la lírica de la subjetividad absoluta, y en este sentido cada vez más abstracta, lírica que tanto le debe a la racionalidad burguesa de Occidente, lírica cerebral de un eterno laboratorio de palabras en las que la situacionalidad y la carnalidad afectiva son mero vidrio de probeta -irreconocibles ya para sí mismas-, levantamos la causa de una poética que se atreva a explorar a fondo, sin batas ni guantes de químico incontaminado, pero también sin flux y sin corbata, la sentimentalidad que exhibimos frente al mundo nosotros, los bastardos latinoamericanos, los salvajes periféricos de Occidente: nuestra sentimentalidad de telenovela y de ranchera, nuestro viejo bolero emocional, nuestro tango impenitente, el patetismo que nos brota en procesión de Viernes Santo o en reyerta de taberna, la cursilería que se entreteje con la red social de nuestra manera específica de vivir el afecto. De este modo, asumimos el horror que siente la poesía tradicional frente a nuestro sentimentalismo híbrido, mestizo de puro guaguancó o quena indígena, con la ironía desdeñosa que nos inspira toda la discreción burguesa, quirúrgicamente fría para sentir relaciones viscerales con el mundo pero implacablemente "racional" a la hora de expoliar lo que no siente.
Contra la mampostería intelectualista que sostiene el mito del poeta solitario, tan caro a una modernidad que no sabemos por qué debe ostentar para nosotros el carácter de un paradigma único, insurgimos con nuestra apuesta por una poesía solidaria, repleta de humanidad latinoamericanísima, gozosa o doliente, una poesía que no teme subirse al último sector del cerro donde termina el barrio y no llega jamás la policía, así tenga que pagar peaje al pie de la escalera, como corresponde; una poesía que no se asustará ante la tarea de embadurnarse de salsa y de cerveza en al afinque; una poesía que buscará a los hombres de San Fernando o El Callao donde estén y como estén, sin exigirles que se presenten a la cita del poema con el traje "primitivo", "telurista", o ya neciamente "mágico" con el cual los disfrazaron las poéticas que sólo se veían a sí mismas cuando pretendieron mirar de frente a aquellos hombres; una poesía que intentando recuperar, como después de un largo entumecimiento gestual, los hábitos del habla y los ademanes concretos de las muchedumbres que nos rodean, opta por los grandes espacios donde todo narcisismo verbalista se revela pigmeo de la inteligencia y de la sensibilidad y del lenguaje: los espacios por los que la poesía puede oxigenarse de disonancias y de miseria irreductible, de sociología y de política, de economía y de historiografía, de giro de lengua oral y de estribillo musical, de estadística y argot de suburbio. Poesía, entonces, situada en el centro hirviente de la vida social y no en los desiertos ontológicos donde proliferan "breviarios de la podredumbre" (ah, el Cioran que hoy tanto acaricia el masoquismo de la pequeña burguesía intelectual) y ojerosas "culturas del desengaño" para las cuales la esperanza es un compañero cadavérico, muerto de bruces en una calle cualquiera a finales de los sesenta.
Nosotros creemos que la vieja consigna de Vallejo se mantiene: si el cadáver, ay, sigue hoy muriendo ante nuestros ojos impotentes, sólo será la masa compacta de los expoliados lo que lo resucite desde el único lugar donde es posible concebir el vértigo radical de las transformaciones: desde abajo, desde la base. Cuando Lázaro se levante otra vez de su sepulcro para movilizar, como hace dos décadas, las aspiraciones populares del país, nosotros sabremos que la poesía, la poesía concreta y no la virtuosista de los textos, estará gobernando la insurgencia. Mientras tanto, en esta hora incolora, a menudo nauseabunda, de la democracia petrolera, sólo nos queda sincerar al máximo la relación del poeta con Venezuela. Y es que sucede que, en épocas inmediatamente anteriores (allí tenemos a la generación de 1958, por ejemplo), el trabajo poético en nuestro país actuó sobre el fondo de un distinguido camuflaje. Poetas que en sus actitudes públicas mostraban un franco compromiso ético con la exigencia del cambio social, eligieron, sin embargo, para la voz de sus poemas las modulaciones más esencialistas de la lírica de la modernidad: la lírica que, nacida en parte como respuesta esteticista al mundo comercializado y banal de la burguesía, trabajaba no obstante secretamente a su favor, porque hablaba desde su marco gnoseológico profundo y con sus categorías. Se dio así el caso de que una peligrosa confusión, una trampa ideologizante vino a ocultar las verdaderas cartas con las que el poeta apostaba su palabra en el juego social de la cultura: Mallarmé fingió darle la mano a Marx, la opción rimbaudiana de "cambiar la vida" se olvidó de la matriz elitesca de la que había salido (y dentro de la cual aún pernoctaba su nostalgia de transformación) y pretendió que su causa poética podía conjugarse, sin más, con los paradigmas sociales y políticos de aquella marea de obreros, desempleados, liceístas, universitarios medios, marginales, que se enfrentaba a la represión gubernamental en las calles y avenidas. El lenguaje de esa élite poética había pagado demasiado tributo al idioma de una modernidad por esencia aristocratizante: la pequeña burguesía intelectual radicalizada que entonces quiere contribuir a la toma del poder por las masas no se sincera como tal ante esas mismas masas en el desamparo del poema. Disfraza su equivocidad, la artificialidad de su intento de integrar el arte y la vida sobre la base de la trampa modernizante, universalista y elitesca, con la magnificencia de su barco ebrio que zarpa al viaje sin regreso de la alquimia del verbo y la magnetización recíproca de todas las vocales, al final del cual, ya lo sabemos, espera la Abisinia donde el poeta convertido en comerciante hace el saldo de su asimilación definitiva al universo burgués. Nosotros no queremos, pese a la aparente magnitud que representa formular esta herejía, el destino de Rimbaud: no queremos que nuestra intervención en la Comuna -la cual, a pesar de todas las derrotas, nos sigue convocando- sea una simple escaramuza pequeño burguesa que termine en viaje de negrero, en escepticismo contante y sonante, en ebriedad que ya no ostenta el arma de los anticonvencionalismos sino que deviene ocasión de confraternidad con el Poder. Queremos para nosotros, para la vocación poética en Venezuela, un resultado diferente; por eso, elegimos sincerar desde ahora mismo la voz de nuestros poemas y decimos que, no pudiendo asumir como nuestro -porque sonaría a eterna impostación en nuestro textos- el timbre vocal de un proletariado, de un campesinado, de una población marginal de los que nos separó la sociedad clasista a través de familia, colegios y universidades, queremos y debemos hablar en nuestra obra como lo que efectivamente somos: hijos de una clase media cuyos paradigmas vivimos mitad como cómplices y mitad como renegados.
Venimos de la noche y hacia la calle vamos





Breve antología








Armando Rojas Guardia

YO QUE SUPE DE LA VIEJA HERIDA

Yo que supe de la vieja herida

cuya sangre embriaga: la saeta,
la terquedad silente del flechazo
traspasándome la llaga en la oficina
o al subir al autobús, o al suspirar
la modorra de la siesta: llaga virgen
donde el vino de la ingle se derrama,
y todo porque el fasto de tu vello
y el brillo de tus lentes
y tu aire atildado, distraído,
insinuaban erecciones imprevistas,
incómodos boleros del deseo,
yo que tuve, a través de este error,
la inteligencia de entender un poco al niño ciego,
al hijo de Ares y Afrodita
                                          que, importuno,
solicita ―cuando nadie espera―
su visita tenaz, su ardua entrevista, 
y me dejé resbalar hasta el infierno 
donde no me aguardaba ya ninguna Eurídice, 
pero fue igual porque gemí ―long-play demente―
con la voz de Francesca en mis entrañas,
yerto como Dante junto a las confesiones 
de mi propio deseo castigado,
y lo mismo sentí el gran huracán, el semen álgido,
tanta tromba sonora por mis sótanos
porque sin ningún Virgilio tutor te imaginaba
durmiendo solitario en lecho grande,
¡mi ciclón genital, irredimible!
―salvo en la almohada de la noche íngrima―
 (ya ves en qué Orfeo pedestre me trocabas 
a fuerza de negarte hasta en los sueños:
a la mañana siguiente la pasta de dientes y la ducha
colocaban a Francesca otra vez en la oficina
y el Hades olía a café, mero y trivial, de desayuno),
ahora sólo entreabro la puerta del poema:

entérate del poder que convocaste

para dilapidarlo sin orgullo,
échale una ojeada, desde aquí,
al adobado vino, al polvo enamorado
cuyas magnificencias te aguardaban
y hoy son apenas el neón enfermo de esta luz,
el roce minucioso de mi lápiz,
este papel mugriento donde atisbo
una sintaxis monótona de días
en los que iré a los cines (por supuesto, solo)
a ver cómo se besan los amantes.


¿Y SI FUERA VERDAD…


            ... sal corriendo a las plazas y calles de la ciudad
            y tráete a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos.


                                             Lucas 14, 21



¿Y si fuera verdad que la poesía

debe partir su pan especialmente 
con el último invitado inoportuno, 
bostezador profesional, mártir del sueño, 
el que arrastra los pies, el eructante,
el que tira la lata en la avenida,
el que acaba tal vez de masturbarse, 
el gordo, el ruin, el feo, el tartamudo, 
aquel Pérez escueto sin un nombre
o ese simple Juan sin apellido
que llora estornudando en el zaguán
su carta en la hoja de cuaderno,
su solicitud de empleo, su estampilla,
su foto de domingo junto al árbol
donde un adolescente con acné
dibujó un corazón a navajazos?
¿Y si ese corazón fuera la síntesis
de lo que quiero decir con estos versos 
escritos por cualquiera, un poeta sólo
silbando su poema, como todos?


LA DESNUDEZ DEL LOCO 


                                                      A Jean-Marc Tauszick



          (...) El Señor Dios llamó al hombre −¿Dónde estás?
          Él contestó:  −Te oí en el jardín, me entró miedo
          porque estaba desnudo (...) Y el Señor Dios le replicó:
          −Y ¿quién te ha dicho que estabas desnudo?


                                                     (Génesis, 3, 9-11)



1


La hora de bañarse era a las doce.

Bajo la ducha todos, uno a uno.
Las paredes: amarillentas, desteñidas.
El sol del mediodía en las ventanas.
Atrás dejábamos el patio, los árboles inmóviles
y el rotundo imperio de la luz de agosto.
Nos desvestíamos con prisa (El enfermero
conminaba a hacerlo de ese modo).
Juntos y desnudos ante los cuatro grifos
de los que brotaba la ancestral terapia
aplicable en estos casos: agua fría.
Llegábamos en grupos hasta el baño,
desamparada fraternidad de cuerpos,
goteantes carnes, en la mitad del mundo
−porque estar allí era una cósmica intemperie,
la orfandad meridiana y absoluta:
verse a sí mismo, desnudo ante los otros,
desnudos también ellos, devolviéndonos
a la solar ingrimitud de ser un cuerpo
parado allí frente a los ojos
del escrutinio ajeno, sin la sombra
bienhechora y cobijante del pudor:
sólo desnudo como el Adán culpable
con la conciencia súbita de estarlo
en la desolación panóptica del día,
justo en el eje de las doce en punto.
Sí, el sol en las ventanas también era
un ojo coherente y vertical:
la mirada de Dios, omnividente,
de la que deseábamos huir, sólo escapar
para no sentir la vergüenza de ser vistos
siempre desnudos, con el sudor manante.
Y el agua de la ducha va cayendo
sobre la desnudez flagrante y compartida
y no aminora el ardor de ese Ojo vivo
clavado en la pulpa de ser hombre,
ese sol sin párpados brillando
sobre la piel empapada por el chorro
de un gran incendio líquido.
                                              Nuestros pies
chapotean en los pozos que las grietas
del piso hacen aflorar en torno a ellos
y un asco en flor asciende hasta la boca:
náusea del agua corrompida que pisamos,
de esos viscosos charcos, de la humedad
pringosa, del olor a orina, de las losas sucias,
asco de tanto desamparo genital
en el centro nítido del cuerpo
mientras el paranoico estupor del mundo
permanece acribillado de ojos y más ojos
dentro de la totalidad de la canícula.

Íbamos por fin saliendo, unos tras otros.

Cabeceaban los árboles. Agosto
refulgía, preciso, en la luz densa
que gravitaba alrededor del patio.
El almuerzo aguardaba (la comida
era tomada con las manos: los cubiertos
podían significar intentos de suicidio).
Y esa ración de cárcel en los dedos
venía a ser otra manera, avergonzada,
de ser siempre observados
−ahora ridículos, asiendo 
un puñado de arroz con la torpeza
del que no se habitúa a comerlo de ese modo−,
en cada bocado masticando el pánico
desnudo de Adán a mediodía
que en el baño fue certeza sensorial, clarividencia.


2
Pero él no quería bañarse a la hora en que todos debíamos hacerlo. Deseaba estar bajo la ducha de acuerdo a un horario personal, imprevisible: por la mañana o por la tarde, no a las doce. ¿Cuáles motivos conducían a ese raro deseo que implicaba automáticamente indisciplina, una heterodoxia de hábitos violentando el código impuesto, normativo? Quizá era la necesidad, la urgencia de escapar, a tiempo y a destiempo, de aquel Ojo calcinante ante el cual todos estábamos desnudos, de refrescar con el ímpetu del agua esa fiebre atroz que exponía nuestra íngrima vergüenza a la mirada de los otros, del Otro único y múltiple oteándonos allí, en caliente, escudriñándonos, examinándonos. Acaso era el llamado a sentirse permanentemente higiénico, limpio de cualquier contaminación corporal en la cual se proyectara la puntual acechanza de la culpa, la de ser −y no sólo la de estar sucio. Tal vez quería bañarse a solas, alejado de la promiscua convergencia que nos reunía a los demás alrededor del chorro, de aquel hacinamiento donde toda la privada, la íntima percepción que tiene el cuerpo de sí mismo era abolida y sacrificada al mero hecho animal de estar no ya juntos sino yuxtapuestos como en la horda y el rebaño. ¿O ese anhelo de baño no sujeto a reglamentos consistía en el ansia de instaurar un espacio individual, oxigenadamente libre ―estar desnudo en medio del agua guarda también un sentido de libertad física, plena― dentro del cual la convención, lo estatuido y la costumbre se amoldaran a los dictados vivaces del cuerpo, y honestos a ellos, penetrado, así, en una autonomía, en una independencia insólitas?
Al enfermero le disgustó esa conducta al margen de las reglas. Blandiendo con la mano derecha el rejo que utilizaba para rubricar gestualmente su autoridad entre nosotros, una mañana sacó al muchacho ―desnudo, por supuesto― de su baño personal y lo condujo al calabozo (porque había en ese caserón un calabozo) y lo encerró allí durante horas. Siempre me he preguntado lo que ese compañero sentiría en aquella habitación hedionda, sin un mueble, en medio de los muros húmedos, sentado o acostado sobre el cemento frío, mirando la desleída claridad que se apelmazaba sin gracia en los cristales de un alto tragaluz, único contacto posible con el sol que, afuera, festejaba al patio, y con el viento matutino, y con el cielo absurdamente remoto a esa hora del día. Estaba desnudo el prisionero. Otra desnudez, distinta a la buscada para lavar el propio cuerpo en el agua lustral, bajo la ducha, le era ahora ofrecida dentro del calabozo: la de estar sin abrigo en la gélida humedad, y la de estar excluido, siendo réprobo.

3



            Un joven lo iba siguiendo, cubierto tan sólo con una
            sábana. Le echaron mano, pero él, soltando
            la sábana, se escapó desnudo.


                                           (Mc 14, 50-52) 



Nosotros, desnudos, en el baño

−el baño era el resumen convergente
de toda nuestra vida en esa casa−
y el muchacho desnudo en su prisión
éramos y aún somos aquel hombre
que Marcos infiltra, subrepticio,
en el Getsemaní de entonces y de ahora.
¿Quién era aquel joven que seguía a Jesús
con la carne lunar cubierta apenas
por el único ropaje de una sábana
en esa noche de sudor de sangre, 
de inescuchada súplica, de la traición del beso,
de antorchas y grupos, túnicas y espadas,
rumor de pasos entre la maleza,
amontonadas sombras al acecho,
humillación y arresto y, al final, 
los tercos gallos del amanecer?
¿Qué pasión inaudita puede conducir a alguien
a salir hacia el oprobio y la amenaza,
bajo la indiferencia universal de las estrellas
con sólo una íngrima sábana por ropa?
¿No había fiebre en la mente de ese joven?
¿No obedecía su presencia allí, y su atavío,
a una conciencia distinta a la ordinaria,
a una visión de Jesús que no cabía
en el tácito régimen oficial: lo acostumbrado?
Marcos señala, con exactitud, que lo seguía.
Seguía, pues, a Jesús como un discípulo,
como lo hacían algunos en su patria,
como hay que hacerlo ahora, un día tras otro.
Un discípulo era, iluminado
por un ardor mental que lo llevaba
a exponerse al peligro, a trastocar
los hábitos −incluso el de vestirse como todos−,
a autoexiliarse del lugar común
del que la razón colectiva se alimenta
para entregarse −únicamente con su sábana−
al subterráneo, rebelde axioma del Proscrito,
a la réproba lógica del envés, la cara oculta
de lo real visto y vivido a la inversa, a contrapelo.
Eso significaba, para él, ser un discípulo.
Y eso significa todavía.

    se escapó desnudo


Sólo desnudo podía huir

de la muchedumbre ávida de sangre,
la soldadesca insomne, la confusión
de voces y de gritos, los empujones, los insultos,
huir de la hora societaria de la ley
buscando al Transgresor, al Reo de siempre.
Su desnudez fue momentánea libertad
para escapar de la gregaria trama
que necesitaba a su víctima expiatoria,
al señalado eterno con la culpa
de no ser como todos: el distinto.
Pero no huía, no, de la Pasión.
Estaba todo él −su presencia en el relato
lo confirma− inscrito en la tragedia
que la noche del jueves diseñaba
para cualquier discípulo del Réprobo:
lo imagino andando ahora desnudo
primero al ras de las ortigas que en el monte
le laceraban la piel, luego en las calles
ante el unánime asombro de vecinos, transeúntes,
maldiciendo acaso su impudicia, preguntándose
de dónde vendría sin ropas a esas horas.
Su desnudez era observada, escudriñada
con curiosidad objetante, minuciosa.
¿Qué sintió, desnudo, al llegar a su cuarto
y pensar en la casa de Caifás, llena de gente?
Quizá escuchó él también el canto de los gallos
en la vergüenza núbil de la aurora.

Nosotros todos éramos y somos

aquel evangélico muchacho:
las doce del día bajo la regadera
y la mañana en el calabozo
configuran una única noche detenida,
un mismo Getsemaní agónico.
Éramos y somos, como él,
aquellos afiebrados buscadores
de lo que no se nos ha perdido,
los perpetuos perplejos ante lo real,
que para los demás es únicamente sólito
−una simple magnitud de la costumbre−,
los que, merced a un privilegio padeciente,
ven al mundo al revés, al colectivo
desde una periferia contumaz, al hombre 
con el virgen sobresalto del asombro,
al universo entero girando en el pavor
del primer ser humano frente al fuego
o la exclamación de una llanura oceánica
(vivimos de atávicos terrores que los otros
se escamotean a sí mismos, para estar
a salvo de la estupefacción del firmamento
sobre el inmóvil Jardín de los Olivos).
No, nunca fue fácil vivir para nosotros.
Llenos de nuestro metafísico estupor,
nuestra disonancia ante la Ley,
nuestra subversión vocacional
nuestra manera tangencial, oblicua,
de ser miembros de la especie,
nuestro seguimiento metafórico
−cubiertos por una única sábana precaria
en las alucinaciones, el delirio,
la depresión, las fobias, la manía−
de Aquél de quien se habló de esta manera:
está loco de atar, ¿por qué lo escuchan? (Jn 10, 20)
y más cruelmente todavía:
sus parientes fueron a echarle mano,
porque se decía que no estaba
en sus cabales
 (Mc 3, 21)   


                        −La locura como metáfora e imagen

                        del seguimiento de Jesús:
                        pues la sabiduría de este mundo
                        es locura para Dios
 (1 Cor 3, 19)


                        En nuestro caso, un modo inconsciente de seguirlo

                        que puede convertirse en voluntario
                        si uno toma conciencia de la gracia
                        que ha sido recibir la enfermedad
                        como invitación a vivir de otra manera,
                        con temor y temblor ante el milagro
                        de existir todos los días, bajo el cielo.

Y desnudos. Estamos desnudos, como el joven,

en el baño o en mitad del calabozo
escapados, desnudos del uso compartido
de la razón social que exige víctimas
y clava, desnudo, en el madero
al que por ser diferente carga todas
las culpas de los que son iguales
al rasero común, a la horma idéntica.
La locura es aquella desnudez
a través de la cual nos escapamos
de la cotidianidad de esa razón
legislativa que fabrica, marginándolos,
a los parias, los manchados, los impuros
−fue el loco Rey Lear quien, por serlo, 
pudo sentenciar ante un Edgar confidente
desde la desolada majestad de su delirio:

        Nadie es culpable, nadie,
        digo que nadie: yo seré su fiador


La locura como inocencia absolutoria

que desviste a los hombres de sus culpas.


4


Pero esa desnudez libérrima conoce

la paradoja de ser también la otra,
la propia desnudez ya percibida
como maldición al ser examinada
por los ojos de los otros, por la pupila del Otro
frente a la cual nos desprotege
ese mismo estar desnudos, observados
por la visión ajena que se llaga
en la conciencia de sí, hasta su médula.
Y el desnudo al que ya no le importaba
el cómodo ropaje de la sujeción
busca ahora, desesperadamente,
ser vestido por la aprobación de esa mirada
que lo escarba, esclavizándolo.
Las dos desnudeces se entrelazan
dentro del cuerpo único del loco.
Y me pregunto si acaso la salud,
la sola curación posible y deseable
que no aportan ni aprontan sanatorios
con sus multitudinarios baños de agua fría
y calabozos para el deseo disidente
(¿Pensé, estando allí, en Auschwitz, en Dachau?)
consiste en romper la trama inextricable
que confunde la una con la otra:
la libertad desnuda de Adán en el Jardín
y esa misma desnudez ya avergonzada.

.........................................



MIGUEL MARQUEZ

¿DE DÓNDE SON LOS CANTANTES? 

Estrujarte  mearte  machucarte
Decirte qué toco yo
porque no puede ser que la bachata y la rufa
el vientrequetevientre que traquéa
el batacancunazo el sol qué
porque nos toca salir del margen y de las escuadritas
porque nos toca invadir el espacio de esta cosa
como un lienzo de cuero templado en arrebato
   Abre Anacaona las piernas al dorremí
   al dorremifasolá al co y el cará diosa divina
porque no hay montuno sin fiebre en la descarga
Prensa Mandingo los callos que curten el bongó
abre las persianas de Ogún y de los siete poderes del diablo
Y la televisión con los malditos carajos bonitos
con la mariquera azul de una playa impotente
Hendrix sabía de la mierda
y se colgó de las doce cuerdas de la Gibson
punteando el último trip de las gitanas
Artaud se cagó en el espíritu
y se fue a México buscando peyote sin saber que aquí
en este solazo inmenso
el Tite Curet se engruda de cuerpo y lo canta
Hace falta meter a las palabras en los wáteres
las palabras que sólo conocen del alma y de los vientos
Hace falta Chapotín escupiendo el aire con solos de trompeta
Y luego después antes jamás
Podremos decir de dónde son los cantantes





A SALVO EN LA PENUMBRA

Aquí vienen los días
con sus mañanas, con sus noches
nubes, sol, luna, estrellas.
El sonido de la primera hora,
el canto que atraviesa soledades inhóspitas,
la densa lentitud de la tarde,
el despejado deseo que ahora brilla
en una hondura tersa, en el agua
nocturna, en la oscuridad entrañable.
Aquí viene tu rostro, la piel
que te fue dada y la que imaginaste,
la fuente del continuo rumor, la risa
impregnada de una debil tristeza,
la sonora afirmación del afecto,
las mentiras, la desconfianza,
el miedo, la perversidad.
Aquí el agua, la sombra, los venenos.

Aquí, a salvo en la penumbra.





ESTA NOCHE

Van a dar
las doce y cuarto.
De nuevo
cuando menos lo piense
rodarán los astros
y la ley zodiacal de la íntima mecánica celeste.
Un jugador pudiera voltear su mano
como si fuera un aforismo
calcular el peso de los dados inexplicables
al caer y precipitarse sobre la mesa imantada del destino.
La joven taciturna
con una prenda de oro en el futuro
nacida para ser bella por derecho
se hunde como un lagarto en un duelo indecible.
Una voz gitana en el costado
más vegetal que pura
se empina y mantiene sus escamas
en la honda melancolía de los límites.
En la baranda junto a la prosa porosa del pasado
alguien sueña con París y se recrimina con malhumor sin saber que las últimas metáforas son ciudades.
Los mosquitos
olvidarán la injusta obstinación
y es posible que los cetáceos y el mar también reposen
y le den paso a los cuentos a los barcos
a la orfebrería del verbo de los viajes
al resplandor del mundo en la cubierta de los libros.
Esta noche
cuando sean
las doce y cuarto
y silben
las lechuzas solitarias
sería imperdonable dormir no caer en cuenta
de la desnudez del aire
de las oscuras islas encendidas de los largos recorridos de las frases alrededor de la noche cuando es por fin la noche espesa y la daga del agua cristalina.
Los amantes
siempre pasarán de largo preñados de signos y con el
firmamento entero en una flor despreocupada.
Ellos no deben aprender ni estar de pie
ante el aullido de la luna menguante.
Hoy
los locos
con el acento dubitativo en la penúltima sílaba
hablarán del color blanco enroscado en el diamante de las cejas de hienas burlándose del cosmos
y el hielo partirá en dos el corazón de la tierra
y el líquido amarillo de la rajadura de los ojos
regará su esperma y el vidrio astillado
cortará el pie quebrado de los pronombres.
Esta noche
una antigua luz
venida a menos con el polvo del templo de Osiris
visitará descalza a los mendigos
a los leprosos y en sufrimiento enamorada
limpiará la pus la mierda como quien cuida de verdad y paños limpios la raíz etimológica del alma.
Esta noche
cuando den las doce y cuarto
alguno de nosotros debería escuchar el delirio gramatical de los colores su emplumada transparencia
atento dúctil disponible no vaya a ser que den las doce y cuarto y se nos diga que estábamos dormidos
como quien no siente que no ve lo que toca al momento de llegar la hora esa hora donde la sacra fecundidad dará las gracias la humilde y honrosa abdicación desamparada
pero con las manos hacia el cielo innombrable.





LA CARPA


Para la Negra Maggi


El arte de la perdida
tal vez consista
finalmente
en aceptar
que el trapecista
es español,
el elefante tiene gripe
y los monos
continuarán neuróticos.

La perdida
usa lentes de miope,
aumenta los detalles,
y desnuda de virtud
la casa arde.

Pero el arte
de veras nuestro
quizá sea ese cuarto
donde um mago preserva con mirra
las funciones
y da la bienvenida cada tarde.

En esta trégua
donde el dolor de piel negra
da vueltas en la jaula
con una herida en el pecho.
En esta carpa
lo único
que nos llena de sentido
es ese acrobata
suspendido en el aire
y vamos con él
al borde del precipício
de un lado a outro de la cuerda
y rogamos
mano a mano
todos
las velas   los mecheros
para que no se caiga nunca
jamás












...........................................................














IGOR BARRETO






EL BURDEL

Era un recinto de ahilaradas habitaciones

muy cerca de la Imprenta de los Niños Huérfanos.

Al redoble del ángelus llegaban los comensales:

el fogonero de un barco de sal

un general

de negra perilla y voz de órgano:

el mismo que baña en vasos de aguardiente

sus riñones de toro viejo.

Desde los cuartos de las meretrices

se veían las casas de San Fernando

como granos de arroz

en el barro hediondo de los esteros.

En noches de chubasco

y de música de mabil

el sigilo afiló mi mano hasta la Media Morocota,

La Caimana o La Garza

aprisionadas en las verdes sales de cobre

de los alambiques.

Ellas fueron:

sobre breñales la fragancia del nardo

la oscura sabia que cintillea mi vida

y se pierde entre ciénagas.




CARMELITAS

En una casa cercana
unos perros sufren
cual monjes Carmelitas.
Un perro de sayal amarillo
de lomo engusanado
y una perra pequeña sin orejas.
Los he visto padecer
mientras una lechuza los observa
redonda y emplumada de fría tranquilidad.
Entre maderos apilados
y potreros renegridos de cálida bosta
reposan la vigilia nocturna:
la pureza mayor
es la intemperie mayor.
Así se purifican ellos mismos.
¡Qué santos son!



BIG BANG

Cuando un vaso

se rompe,
ya no es posible.
Cómo juntar
aquellos trozos
si aún después
de unas horas
encontré fragmentos
de cuarzo
al pie de una silla,
y pasados los meses
adosada a la pared
había una escarcha
brillante,
y un año
luego
el universo
de afiladas nostalgias
continuaba.




NOCTURNO


Durante las noches de mi infancia

mi madre
saca una silla frente al portón
y duerme
con el abanico de palma moriche sobre las piernas.

El técnico del taller donde reparan radios

está aún
bajo una lámpara de luz muy pálida.

Durante las noches de mi infancia

los bulbos de una radio desarmada
vuelven a encender su voz
y de nuevo la voz desaparece.

Entre las ramas de un samán

transcurre el río;
se diría que esa noche
da a su paso
un tono más lento.

Durante las noches de mi infancia

escucho el rugido de los tigres
de la casa de los ingleses:
pobres animales enjaulados en torno a una piscina.
Yo sé
que tras el muro
lamen sus garras
y amurrungan los ojos.

Mi padre ha llegado en su jeep

y unas lechuzas lo sobrevuelan.

El único ratón de la casa da las nueve


porque a esa hora corre

y atraviesa la sala.













.....................................................




YOLANDA PANTIN



A VECES 

no se dónde estoy, 
como esta noche en Caracas. 

Escucho llover 
cuando Dennys me dice: 

‘Así fue en el deslave’. 

Llueve de tal forma torrentosa 
como nunca lo había visto. El ruido 

sobre el techo de metal, en la terraza, 
donde estamos conversando, 
me hunde en los terrores del sueño, 
como pasa con los años. No duermo. 

Voy a Turmero, 

a la casa de mis padres. Miro 
con mis hermanos el correr 
de las aguas cenagosas 
que levantan los autos cuando pasan, 
creando olas inmensas, nos parecen, 
por sobre las aceras. 

Es el agua que igual baja 
por las avenidas umbrosas 
de esta parte, en Caracas, 
cuando arrecia 
el aguacero. 

Estoy en un jardín 
como eran los de antes, 
y el que rodeaba la quinta Los Castaños, 
en Chacao; entro en el cuarto 
donde Malle nos espera 
dándonos lugar 
en un mundo extraordinario. 

Pero Dennys insiste: es la luz de esa tarde. 


Yo me echo a reír 

ya que todo parece caer sobre nosotros: 
el cielo, y el Ávila. Siento pánico. A veces 
me levanto en la noche, y en medio del desastre, 
no se dónde estoy. Me cuesta retirar 
la membrana pegajosa 
que aúna las realidades. Así, parece igual
estar dormida que despierta. 

Veo la imagen de un guardia nacional 

orinando la puerta de una casa. 
Veo su espalda gruesa, inclinada, 
mientras se desahoga con calma. 
Escucho el relato de un hombre quebrado
y a mujeres en su querer decir, 
con un gran miedo, junto a sus hijos. 

Pero abro los ojos y voy a la cocina, 

y en la nevera miro los afanes de Jimena 
para el almuerzo de mañana en el banco, 
y como todas las noches, la lonchera de Efraín, 
abierta, junto al fregadero. Son las cosas 
que de una forma humana me consuelan, 
como ver sobre el sofá dormir a Loqui 
enrollada sobre sí, igual a un ‘caracolito’. 

Escucho detrás de las puertas 

en el pasadizo 
el ruido de los ventiladores. 
Me apacigua el roce metálico 
que hacen las aspas y percibo 
nítido en la madrugada. 

Pienso en Ana, como yo, 

en su lucidez insomne. Aunque esta noche
quiso tranquilizarme: leeré una novela, me dijo. 
Yo no tengo cabeza. 

Escucho la voz del funcionario: 

Así son los intelectuales, 
y así deben ser: disconformes. Qué cinismo 
el de su argumentación, es limpia y corta 
igual que la hoja de un cuchillo; como

el arma que usó el ideólogo 

para humillar a María Fernanda. 

Ayer, por ejemplo, Carlos 

me contó una fábula: 

Cuenta la historia, según el relator, 

de una doncella 
que convierte la torre donde vive 
con sus fantasmas, en un puente 

tendido sobre el abismo. 


A veces me encuentro 

en medio de un pantano. 

Hay un instante de desasosiego, 

mientras caigo en cuenta 
que esta soy yo, despierta, 
como tantos otros, 


entrando en la noche. 







DAGUERROTIPO DE UNA DESCONOCIDA

Miro el retrato donde no me reconozco
Soy yo es cierto pero
¿cómo respiro
cómo tengo labios cabellos
y aún suspiro?
¿Cuándo ha sido esta mujer huraña
que mira cual extraña
a mí que no la entiendo ni conozco
y nunca ha sido
Yolanda en la fotografía?
Soy yo no hay duda
son mis ojos mi cabello
mi mano apoyando mi cabeza
cansada extrema dura
la muñeca
donde un reloj da una hora
quién sabe qué hora
Soy yo es cierto pero ¿dónde
en qué lugar del mundo de mi casa
del país que aborrezco o el soñado
estuve un tiempo así hasta ese punto
tan oscura?
Nunca la belleza fue negada pero
¿esa tesitura?
¡Son mis labios!
Jamás tuve esa boca ni esa comisura
¿fue besada?



CONVERSACION EN UN AUTOMERCADO

Yo he hecho de todo
en esta vida
mil amores de años
con Alberto
Abogado

Ejercí como abogado
Tengo dos hijos
sanos
qué más puedo pedir
No viajo
le tengo miedo a los aviones
Además
viajar con el marido de una
cuesta demasiado










RAFAEL CASTILLO ZAPATA


"ÁRBOL QUE CRECE TORCIDO"

1-

A mi la poesía
me viene de mi madre
que más que nada fue costurera
pero escribía poemas en secreto
y lloraba en verso sus amores contrariados
copiaba a Nervo y a Darío en cuadernos empastados
con una perfecta caligrafía enamorada
hay lágrimas por eso en sus cuadernos
lloviéndole la tinta a cada rato
hay zanjones hechos con la pluma en cada página rota
acaso por la desesperación de amar a su novio tanto
entre el ruido aplacado de la Singer y las rimas de Bécquer.

Victoriosa en su llanto
porque antes las mujeres se defendían así
a fuerza de llanto y de morir calladas
un poco más de mundo digo yo
y un poco más de escuela
hubieran hecho de ella
una Juana de Ibarbouru mía
una Gabriela Mistral en casa
una Enriqueta Arvelo
una Alfonsina Storni en la familia.

2.-

De tanto estar en azoteas de pequeño
llevando sol entre la ropa tendida en lo más alto
es que deben venirme estos relumbrones de la mente sin aviso
estos encandilamientos que me dan de golpe y me devuelven
a los perros poderosos que tuvimos  -cazadores callejeros
Pizzirilo y Negrito y sus ladridos claros
devoradores de chancletas de cálidos hocicos
o a los papagayos y a la pepa y palmo
y al rayo y caballito que jugamos
en un patio de tierra al fondo  -sin coleo y sin temor
o al viejo Dogde de dos puertas vino tinto  -que teníamos brillando
del lavado del domingo y del pulirlo afuera
sobre la acera larga del frente familiar
y al mecánico "toero" de mi padre oficinista
metido siempre de cabeza -entre las tuercas y la lata
bajó el capó meditabundo
hay grasa en las bujías falla el freno
el trueno acelarado el croche - el ruido ronco del escape del motor
o a la pinta de las FALN borrosa me devuelven a los tiros
pidiendo libertad par Fabricio Ojeda sobre un muro en letra roja -guerrilleros
y al "Tome Hit" de la bodega de un costado
un muchacho en una esquina -fuma un Lido
y a las carruchas despeñándose por esas calles en bajadas  -a los patines
y a los asaltos al abastos
y al métase temprano para adentro  -a los domingos
del cine Avila y cotufas y de sol
y a un primo de uno entonces -melenudo y callejero
lo agarra en una redada La Recluta y se lo lleva por bandido
por andar jugando de noche hasta tan tarde
en una de esas legendarias
caimaneras de béisbol
y aquella noche se traga amarga la mortadela frita
porque el que falta no llega -el compañero fijo
el jonronero el todo el goleador
y se juega ludo bajo la lámpara monopolio bingo
con el televisor encendido para que vean El Zorro  - y se distraigan los
muchachos
y luego el programa de concursos mientras comen
y un palo ensebado y un locutor ridículo el señor se gana un radio
y este aceite no brinca porque es Branca, señora si no brinca
y hay que abandonar los lápices sin haber resuelto nada en el cuaderno 
y luego la novela de las nueve
y el noticiero de las diez Viernam que arde el humo del napalm
mientras pasan las horas y él no llega
y cine para adultos y mensajes en la noche y náa
hasta que el viejo Dodge de dos puertas vino tinto  -se sienta que regresa
(con que júbilo loco de corneta a medianoche
se escucha aquel frenazo con chispa en la parada seca)
que nos devuelve al primo bravo al héroe
con el pelo rapado y una mueca de rabia en la sonrisa
que no le duró empañada sino el tiempo
que le tardó en crecer de nuevo
la melena fuerte la alegría a este sansón.
Y así como si nada en sus bluyines
volvió a tener de loco la misma facha de bandido
de atlético peludo pendenciero los mismos ademanes
la misma cara -el mismo sobrenombre
del malandro retador

3.-

Yo te pegaba encendido con una furia exacta de madre en la correa
hijo mío de embuste que inventaba de golpe yo y porrazo en la pared
para vengarme de las vaya palizas de mi madre quién dijera
por mi bien que me daba mi madre si supiera
al árbol torcido que enderezará jamás
y te inventaba moqueando de gemir qué bravas injusticias en medio  de mi 
llanto
y eras la pared a mano convertida a juro en compañero
sobre la que descargaba furibundo yo mi látigo y te daba
igualitos los sermones que me daban
y toda mi rabia entonces se desataba en tí
porste de una esquina blanco del desquite
puerta de escaparate atravesada
palo de escoba o de haragán tu eras por el medio que partí
en todo te convertías madera de mi furia
paño de lágrima al lamento que acababas
serenándome a la larga ya de tanto correazo
manotazo
coscorrón
porque no quería aprender a multiplicar como debía la tabla bárbara del nueve
porque no conseguía debajo de la cama
el compañero izquierdo de mi otro ortopédico zapato en un descuido
o a lo mejor porque volvía
de la calle con un vuelto fallo o la rodilla rota o la camisa
con un botón de menos la traía
o con un morado enorme regresaba de un traspiés
digo yo por eso por mi bien que recibía
merecido aquel castigo por el patio
por todita la casa en estampada
con los palos de la rabia por detrás
perseguido por mi madre hecha un furia una medusa -quién la viera
transformada en un verdugo con rollos en el pelo y en la mano el cinturón
y tú me recibías ubicuo el solidario
lobato siempre listo dondequiera aquel consuelo
sanasana
abracadabra
guarimba
cielo
culito de rana compasivo por la espalda en la caricia
socorro a punto en el bolsillo duradero de la nalga con dolor
soportando fiel donde quisiera
mis mentadas de madre por lo bajo
mis burdas palabrotas entre diente
sin que nadie supiera  -sino tú.      

4.-


Las que siempre terminan por sostener el techo en la penuria bajo los palos del 
agua
que amenudan el miedo y la gotera y la ventisca
las de brazos como vigas
como mástiles los brazos como horcones lavanderas
empinadas las mujeres
las mujeres de la casa son el alma del tentempié
de repuesto la madera siempre como tranca que se toca que bendice
sustentoras del postigo y de la mata de zábila en la puerta
y de la palma bendita en lo alto de la cruz
las duras platabandas que espantan la intemperie que llovizna cuando brisa
y cargan con el peso de la casa cuando el sol se mete
para que el cielo entonces no se nos venga encima
mientras tienden las cobijas en las cuerdas de colgar.
Las que arden con la lámpara en el cuarto
junto al pecho de uno acoquinado
cuando nos quiebran esas asmas severas el gañote con martirio
que en su solícito mentol y en su quehacer alcanforado de esclava cabecera y abanico
con el tibio vicvaporú en el humo del que tiembla en la camita le hacen bien
porque amansan esos sustos del ahogo en la cercana muerte que aparece
del niñito con un duérmase mijito
con un sí dime cariño un ya está bien.

Fidedignas de nombres socorridos
lupes panchas lauras ligias,  -monjitas santas de llamar
que esparcen tanto el incienso de sus risas
en tiritas módicas de aprecio
o en la curita que nos dan de un beso
por las mesas de noche atiborradas cada vez
y con la cucharita untuosas de jarabes a la mano y la emulsión de escot en la
repisa
tan a tiempo ahuyentadora de flatos cómo es que son el tilo tibio
profilácticas temibles
pedagógicas devotas
cielo atroz.

Son las que son por fin y es tanto
que quién se sostendría aquí dentro si no fuera
que por encima del polvo que se aferra a las gargantas los auxilios
los puñados tibios del ungüento le amanecen por doquier
sin abuelas digo
sin nana o sin poltrona que se haría
sin su buen montón de primas y sin tías ni miradas
sin estas taimas anitas de la hermana o de la madre
guarimbas de resguardo de dios cuando eres ere y ya te dan
faldas mansas que dicen cabelleras cobertoras
que se van apilonando estambre a juro de quererlas tanto
en el corazón de uno  -atapusado hasta el antojo con su amor.

5.- 

Nunca supe cómo matar una rata con todo este miedo a cuestas por el mundo
cómo prepararle la trampa en arduo queso sigiloso a  la alimaña
si el día en que empaté unos cables asombrado como un necio
hubo un cortocircuito torpe en el televisor de cónsola admiral de mi madrina
y un escándalo de padre y señor mío familiar y un saperoco
y un trágame tierra del acto en la vergüenza
y un miedo al ridículo u horror de ahora qué haré
que inútiles se me quedaron tensos por los siglos de los siglos
los dedos puestos sobres un alicate de por vida en una mueca
que un tornillo suelto era un reto entonces para mí
que un bombillo que cambiarle cielo raso arriba al comedor era una hazaña
el alto techo
y amanecer pendiente de un algún fanático quehacer
una obsesión de niño sin que hacer precisamente
pero que aprendía a dibujar entretanto en mis cuadernos aplicados
con qué fidelidad de hijito mío sin desliz con qué entereza
con qué destreza de lápiz mongol que a menudo de mirado
me llevaban la mano de la mano por sobre el activo papel
y óleos ufanos a los trece años sin escuela de amater sobresaliente
castillitos en el aire sus primeros balbuceos ya un primor
menudeces
tantas cosas
del que ya y que artistas con futuro
el pequeño lívido  -pintor prometedor 
pero nunca así cómo arreglar el motor de un tren eléctrico o un radio
ni una plancha descompuesta ni una lámpara de pie
ni un zócate ni un suiche -ni un tapón siquiera el haragán perfecto
consentido lorenzo  -en la espalda del sofá.

Hice progresos en cambio para los menesteres del papel hoja tras hoja
con estas manos cejijuntas de atenciones
sobre la pulcritud de un  de un block caribe encaramadas coloreando
que con hojas de papel cebolla intercalaba  -mis orgullos en un cuadro
para mostrárselos después yo tan feliz
maravilla en el dibujo los matices me decían
de mi caja de creyones de mi acuarela infantil
pues mi única mugre fue la de los colores apestosos de la témpera
las manchas de óleo caro o el sudor
de tener que repetir como setenta veces
el ejercicio de piano más difícil de este mundo de cultos embelesos
que eran del aire al fin y al cabo 
las únicas ampollas de mis dedos largos de atinado patiquín.

Primor de Prismacolor entonces
nunca un destornillador ni una segueta ni un taladro
en la mano ni tampoco un berbiquí
y aquellos músculos lerdos pequeñitos
que ayudando a montar un caucho en la cuneta
se sentían hércules felices
maciste contra un monstruo un atlas
tan fuertes así como tarzán como el que más como el que mucho
saboreaban las nostalgia de los bíceps poderosos
de aquéllos que cargaban ladrillos en el hombro de doblados cuellos tan en bruto
bajo aquellas latas de manteca diana de quince kilos cargadas con arena
vendedores de periódicos
repartidores de refrescos dumbo -ginespó
multitud de manos robustas y de espaldas ambidiestras
que a mis ojos de lento artífice del trazo
con la lengua afuera ensimismada y la atención minúscula perdida
sobre un paisaje de río con samanes que copiaba -de algún libro de cabré
resultaban en mi asombro personajes de delirio -héroes a diario
de bravas fortalezas infantiles caballeros
para futuras proezas de destreza entonces
la madera que tenían yo observaba
y esa anhelada majestad del palo de hombre que era con qué rabia
que no fui.


6.-


Y me queda mi padre
en su hueso de escribano
estudiando administración de noche en noche
y enormes libros de contabilidad bajo los brazos
mientras se arremanga los almuerzos por ahorrar
burócrata puntual de un ministerio
que diariamente se desvive en su oficina
desde las ocho hasta las doce
y desde las dos hasta las seis

No para nunca en su casa este señor entonces
y raramente puede jugar al escondido con sus hijos tan siquiera
si es golpe y a deshoras que lo ven
en ese instante de botones urgentes por ejemplo
exigidos a la madre con prisa de aguja volandera
en la ropa de diario de económico dril que se almidona
en los cuellos percudidos de sus camisas Manhattan
en los pocos casimires del escaparate matrimonial
si en las sopas sorbidas a empellones por apuro
en el ya me voy se me hace tarde de cada mediodía
es que se dan cuenta que anda por ahí
que se lleva por delante un florero de Murano
y nos deja los billetes en la mano
para pagar la cuenta de la luz
(señor de la quincena
obligado caradura del fiado de la bodega
que nos daba religiosamente
el real de la merienda
la bendición de un tiro 
y la firma en la boleta cada mes)

Por eso 
cuando en diciembre le da por beber a este Lorenzo Parachoques de la casa y
se pone de golpe hasta a cantar
quiere mitigar de boca en un segundo
toda esa diaria ausencia  -con una perorata infinita de milenios
con palmadas al hombre
con bocanadas de White Horse
y se convierte entonces con tanto palo encima
en un piropeador de dios me libre en un cohete
que estalla cuando suena el cañonazo como un loco dando abrazos
y hasta baila y se enternece y amanece
que de puro bienmesabe su mirada nos envuelve con su miel
como cuando con menos angustias en la casa
sobre la primera página de El Mundo
aprendimos a leer entre sus piernas.






 
                      
63
 t
La mejor obra de arte del Whitney Museumno está en las salas del Whitney Museumno es un Pollok no es un Warholno es un Lichtensteines la obra quizás de un granjero rubio de Alabama o de Memphisde cualquier parte del oeste o del surde los Estados Unidos / extensos y tantosde Idahode Coloradode Texas quizás y de una mujer morenatal vez de sangre eslava / tal vez de sangre griegael agua pintada en los ojos / tal vez como en los ojosde Greta Garbo / una luz elástica / marinade Naxosde Parosde Imbrosde Corinto / azuleshija de inmigrantes marinoscomerciantes modestos de New York IIBurt Lancaster hubiera podido ser su padrealto como un obelisco y Ava Gardner su madreen el color de la aceituna o violeta de sus islas natale

.................................









ALBERTO MARQUEZ


ABRIL

Abril, en verdad, el mes más cruel
La lluvia sorprendió
llegando por encima de Petare

no dió tiempo para nada
El Meteorológico
"formaciones nebulosas en el centro y occidente
de Venezuela"

crecida mortuoria de ríos y quebradas
la tempestad
removiendo escombros y basura
el exterminio de Carapita
luego las barracas
la reubicación siempre futura
memoria de los que quedaron
muertos por agua



MIEDO

El miedo crece poco a poco
configura barrotes
abre intensas heridas, oscuras para el cuerpo
Existe una gran calma en el miedo;
astucia lenta, olvidadiza
como quien pasa desapercibido
pero esta allí, esperando
detrás de la puerta
Tú lo conoces 




SIN TITULO

Sólo el miedo me pertenece:
la soledad habitada del cuarto
la engañosa presencia de la luz















No hay comentarios:

Publicar un comentario