DE POR QUÉ SOMOS LUNEÁTICOS
La experiencia de un taller literario
nunca dejará de sorprendernos, independiente del
rol que nos
toque jugar, ya
sea como facilitador o como poeta
participante; llegamos a un taller a encontrar respuestas a todas las
inquietudes que nos toca confrontar desde la escritura.
Asistimos a un juego de incógnitas por
descifrar. En cada sesión se despiertan diversas sensaciones relacionadas con la palabra,
la lengua y
el lenguaje. El
taller se convierte
en la aproximación a pequeños universos del lenguaje que tienen la
posibilidad de ser transformados, reinterpretados, reescritos desde nuestra
propia voz.
El
lenguaje deja de
ser un cliché,
una atadura, una mordaza, y
desde la escritura
nos liberamos de
dogmas y refundamos
el amor, la
guerra, la memoria,
los afectos. Desde
el lenguaje fundamos
un nuevo lenguaje
para comunicarnos con nuestros
dioses, con la naturaleza, con el cosmos, con los distintos paisajes, y la
ciudad deja de ser un estereotipo para nutrirse de todos los matices.
Desde las múltiples lecturas
comprendemos que tenemos
la posibilidad de
aportar a la
transformación de las
estéticas, porque somos arte y parte de ellas.
Asistimos a un taller a desprendernos del
ego solitario de los geniecillos de
la creación o
a levantar nuestra
voz si nos atormenta
el silencio, pero, sobre todas las cosas del mundo, en este taller nos
encontramos para crecer desde adentro.
Me
tocó asumir la
coordinación del Taller
de Monte Ávila
después de sostener
varias conversaciones con
el querido Carlos Noguera, quien
llevaba las riendas de nuestra casa editorial para la época de nuestro taller.
Su solicitud fue amena y presta para lograr mantener la calidad de los talleres
que desde hace
muchos años se
ofrece a los escritores venezolanos.
Mi propuesta fue clara desde un principio:
adentrarnos al universo de la poesía venezolana, conocer la propuesta literaria
de escritores venezolanos del Siglo XX que nos permitieran ampliar la dimensión
de la poesía desde nuestras voces y generar espacios para compartir la
experiencia.
El taller no solo sería un espacio para la
creación sino también para la
reflexión sobre el
trabajo realizado por nuestros
grandes poetas y nuestros contemporáneos. Nos reuníamos los días lunes, un día
rudo para un taller de poesía en la ciudad. Inicio de la semana, que muchas veces nos
recibe con el
tedio de comenzar
las labores alienantes del trabajo monótono. Lunes de
resaca, de reorganización de las ideas, del arranque de motores, lunes que poco
a poco se
fue convirtiendo en
el espacio de encuentro sistemático
donde el profesor
pasó a formar
parte del colectivo
y donde los
participantes asumieron roles de facilitadores.
En
una especie de
escuela andragógica cada
quien fue aproximándose a
experimentar desde la humildad el reconocimiento del otro, la aceptación del
otro, y así como lo hizo con su compañero de taller, lo hizo con los poetas venezolanos
y con los grandes temas. La poesía pasó de ser un concepto, un género literario,
a transformarse en una acción y una filosofía de vida.
La
tarde-noche de los lunes tomó otro tono. La Librería del Sur del Teresa Carreño
dejó de ser el salón de clases y pasó a convertirse en el espacio que nos
convocó, nos reunió y que fue acercándonos desde la acción directa con el lenguaje.
Allí nos atrevimos a releer y reescribir nuestra infancia, nuestro concepto de
la poesía, nuestra aproximación a los fenómenos naturales. Conversamos con Dios
y con todos los demonios. En ese espacio los amantes de la poesía mística
debieron escribir como malditos, los licenciosos escribieron como hermanitas
descalzas, y también aprendimos a querer mucho más esta ciudad y sus suburbios.
Somos
luneáticos por hacer
de los lunes
un día de movimientos,
de tensión, de lecturas múltiples, de cervezas en los chinos, de café en La
patana, de encuentros con grandes escritores. Los lunes nos enamoramos, nos
reprochamos, nos acercamos, nos debatimos, nos lloramos, nos celebramos. Los
lunes dejaron de ser días
muertos para convertirse en espacios que nos permitían
dialogar con la noche, con los astros.
El lenguaje se hizo arma, pluma, almohada,
aire marino, gota de lluvia,
grito de protesta
y de redención.
Por eso insistimos
en darle continuidad
a estos encuentros
con la palabra y con la poesía, y hemos entendido
que hay talleres literarios que no tienen fecha de clausura, ni acto de cierre,
ni graduación.
El
taller nos hizo
visibles como grupo,
por eso hemos estado
presentes en la Feria del Libro de Caracas (Filven), en el Festival Mundial de
Poesía; hemos tocado espacios como el
Museo de Bellas
Artes, la Galería
de Arte Nacional,
el Parque Los Caobos, la Plaza
Bolívar, la esquina de Gradillas, el Eje del Buen vivir, la Casa de las
Primeras Letras y el Ce-larg. De una u otra manera hemos ganado espacios desde el
poema, que nos permiten invitar, a todo el que escribe, a socializar para
seguir creciendo.
Esta selección que presentamos hoy para
los lectores está conformada por Arturo Sosa Leal, Andrés Urdaneta, Arlette Valenotti, Solange
Urbina, Marlene Murillo,
Noé Trujillo, María Mogollón,
María Milagros Sabetta, Diana Moncada, Miguel
Díaz Chang, José
Antonio Barrios, Ivonne
Acuña, Abraham de
Barros, Ligia Álvarez,
Luis Augusto López
y Stephanía Delgado,
con la misión
de compartir parte
del trabajo producido en ese
primer año de taller, desde el espíritu y la poética de un lenguaje en
constante desarrollo, con la sencilla misión de abrir nuevos ciclos desde lo
individual, y lo colectivo y para contribuir, desde el poema, a la transformación
y desarrollo del ser humano.
http://www.elperroylarana.gob.ve/luneaticos/
José Javier sánchez
(compilador)
Caracas, 2017
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