Fragmentos de Literatura. Breve selección
Como una manera de acercar al lector a grandes obras de la literatura universal, ofrecemos pequeños fragmentos de novelas, de grandes escritores contemporáneos, que puedan servir como abreboca para atrevernos a penetrar el mundo de los libros, sin el temor de salir atropellados, aterrados, desilusionados o lo que puede ser peor, sin el animo de poder leer.
Los fragmentos son como pequeños trailers de película, como estractos de historias escuchadas al azar en autobuses, en restaurantes , en nuestras casas, que necesariamente nos obligan a ir a ellas.
Espero que esta selección ayude a los no lectores a adentrarse en estas obras y a su vez a los ratones de bibliotecas, a los voraces lectores, les permita estar de acuerdo conmigo o en el mejor de los casos llevarme la contraria y hacer referencia, en este espacio, en este blog, de esos trozos de la literatura que pueden convertirse en excelentes aperitivos literarios
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Gabriel García Márquez
Colombia
(1927-2014)
Cien años de soledad
(fragmento)
"Aureliano sonrió, la levantó por la cintura con las dos manos, como una maceta de begonias, y la tiró boca arriba en la cama. De un tirón brutal, la despojó de la túnica de baño antes de que ella tuviera tiempo de impedirlo, y se asomó al abismo de una desnudez recién lavada que no tenía un matiz de la piel, ni una veta de vellos, ni un lunar recóndito que él no hubiera imaginado en las tinieblas de otros cuartos. Amaranta Úrsula se defendía sinceramente, con astucias de hembra sabia, comadrejeando el escurridizo y flexible y fragante cuerpo de comadreja, mientras trataba de destroncarle los riñones con las rodillas y le alacraneaba la cara con las uñas, pero sin que él ni ella emitieran un suspiro que no pudiera confundirse con la respiración de alguien que contemplara el parsimonioso crepúsculo de abril por la ventana abierta. Era una lucha feroz, una batalla a muerte, que, sin embargo, parecía desprovista de toda violencia, porque estaba hecha de agresiones distorsionadas y evasivas espectrales, lentas, cautelosas, solemnes, de modo que entre una y otra había tiempo para que volvieran a florecer las petunias y Gastón olvidara sus sueños de aeronauta en el cuarto vecino, como si fueran dos amantes enemigos tratando de reconciliarse en el fondo de un estanque diáfano. En el fragor del encarnizado y ceremonioso forcejeo, Amaranta Úrsula comprendió que la meticulosidad de su silencio era tan irracional, que habría podido despertar las sospechas del marido contiguo, mucho más que los estrépitos de guerra que trataban de evitar. Entonces empezó a reír con los labios apretados, sin renunciar a la lucha, pero defendiéndose con mordiscos falsos y descomadrejeando el cuerpo poco a poco, hasta que ambos tuvieron conciencia de ser al mismo tiempo adversarios y cómplices, y la brega degeneró en un retozo convencional y las agresiones se volvieron caricias. De pronto, casi jugando, como una travesura más, Amaranta Úrsula descuidó la defensa, y cuando trató de reaccionar, asustada de lo que ella misma había hecho posible, ya era demasiado tarde. Una conmoción descomunal la inmovilizó en su centro de gravedad, la sembró en su sitio, y su voluntad defensiva fue demolida por la ansiedad irresistible de descubrir qué eran los silbos anaranjados y los globos invisibles que la esperaban al otro lado de la muerte. Apenas tuvo tiempo de estirar la mano y buscar a ciegas la toalla, y meterse una mordaza entre los dientes, para que no se le salieran los chillidos de gata que ya le estaban desgarrando las entrañas."
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Alejo Carpentier
Cuba
(1904-1980)
(1904-1980)
El Reino de este mundo
(fragmento)
"Ti Noel comprendió obscuramente que aquel repudio de los gansos era un castigo a su cobardía. Mackandal se había disfrazado de animal, durante años, para servir a los hombres, no para desertar del terreno de los hombres. En aquel momento, vuelto a la condición humana, el anciano tuvo un supremo instante de lucidez. Vivió, en el espacio de un palpito, los momentos capitales de su vida; volvió a ver a los héroes que le habían revelado la fuerza y la abundancia de sus lejanos antepasados del África, haciéndole creer en las posibles germinaciones del porvenir. Se sintió viejo de siglos incontables. Uncansancio cósmico, de planeta cargado de piedras, caía sobre sus hombros descarnados por tantos golpes, sudores y rebeldías. Tí Noel había gastado su herencia y, a pesar de haber llegado a la última miseria, dejaba la misma herencia recibida. Era un cuerpo de carne transcurrida. Y comprendía, ahora, que el hombre nunca sabe para quién padece y
espera. Padece y espera y trabaja para gentes que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorga
da. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse Tareas.
En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo"
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Julio Cortazar
(1914-1984)
Rayuela
7
Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella.
Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.
(-8)
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Mexico
(1917-1986)
Pedro Páramo
(Fragmento)
Vine
a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro
Páramo. Mi madre
me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella
muriera. Le apreté sus
manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo
en plan de prometerlo
todo. «No dejes de ir a visitarlo -me recomendó-. Se llama de otro
modo y de este
otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte.» Entonces no
pude hacer otra cosa sino
decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí
diciendo aun después que a mis
manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.
Todavía
antes me había dicho:
-No
vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a
darme y nunca me
dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.
-Así
lo haré, madre.
Pero
no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a
llenarme de sueños,
a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un
mundo alrededor
de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido
de mi madre.
Por eso vine a Comala.
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Teresa de la Parra
Venezuela
(1889-1936)
Venezuela
(1889-1936)
Ifigenia
(fragmento)
"Y por primera vez, en aquel instante profético, sintiendo todavía en mi brazo la suave presión del brazo de Abuelita, vi nítidamente en toda su fealdad, la garra abierta de este monstruo que se complace ahora en cerrarme con llave todas las puertas de mi porvenir, este monstruo que ha ido cegando uno después de otro los ojos azules de mis anhelos; este monstruo feísimo que se sienta de noche en mi cama y me agarra la cabeza con sus manos de hielo; éste que durante el día camina incesantemente tras de mí, pisándome los talones; éste que se extiende como un humo espesísimo cuando por la ventana busco hacia lo alto la verde alegría de los naranjos del patio; éste que me ha obligado a coger la pluma y a abrirme el alma con la pluma, y a exprimir de su fondo con substancia de palabras que te envío, muchas cosas que de mí, yo misma ignoraba; éste que instalado de fijo aquí en la casa es como un hijo de Abuelita y como un hermano mayor de tía Clara; sí; éste: ¡el Fastidio, Cristina!... ¡el cruel, el perseverante, el malvado, el asesino Fastidio!..."
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